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Actualizado: 1 de junio de 2025


Jacobo no había venido todavía, y disgustada Currita por creer que toda palabra del buey Apis pronunciada a espaldas de aquel amigo querido era un fraude que a este se hacía, salió impaciente en su busca. Solía Jacobo algunas veces entrar en el boudoir o en las habitaciones de Fernandito como persona de la más familiar confianza, y no parecer en el salón hasta el momento mismo de la comida.

La cosa íbase formalizando; desde la caída de Amadeo no había entrado Martínez en Palacio, y su presencia allí en aquel momento, aunque fuera sólo como curioso, prestaba al acto de Jacobo una sanción pública que acrecía su importancia. El excelentísimo Martínez, mirando de reojo al ministro, manifestó deseos de conocerle; Currita no le dejó acabar.

Y con su ingenuidad de colegiala, describió entonces Currita, con todos sus pormenores, una picantísima caricatura de los esposos Thiers: una indecencia verdusca publicada en Burdeos y recogida al punto por la policía.

El marqués y la marquesa de Butrón salieron a su encuentro, y mientras Fernandito les presentaba al adorado amigo, decía Currita con su encantadora vocecita de niña tímida: ¡Es un pícaro, Butrón, un pícaro!... No diré yo que sea un converso, pero es un catecúmeno que por primera vez se pone hoy nuestra enseña.

Una cosa rara, así como un nombre de jarabe... Currita moderó un movimiento de impaciencia, porque la cosa iba ya picando en historia. La una decía que era nombre de píldora y el otro que de jarabe, y sólo se sacaba en claro que era cosa de botica.

Comunicábanse las habitaciones de Currita con las de Villamelón por la alcoba, y por un cuarto contiguo al del baño, con un largo pasadizo; terminaba este por un lado en el cuarto de Kate, la doncella inglesa, y por otro en una estrecha escalerilla que iba a parar a un jardín muy reducido.

Currita, mondando siempre su albaricoque, aprovechó un momento en que los criados se alejaban para decir a media voz con su acento más suave: Pero, Fernandito, vida mía, si tienes el don de la importunidad; si pareces un reloj descompuesto... ¿A quién se le ocurre hablar de esas cosas delante de los criados?... Sabe Dios lo que pensarán del pobre Jacobo...

Currita sintió una especie de escalofrío de miedo y miró instintivamente al sitio en que solía oír todos los días misa la anciana marquesa. Allí estaba su sillón de terciopelo, hundido todo y destrozado, y delante el reclinatorio, conservando aún sus almohadones apolillados las huellas de sus rodillas y sus brazos.

Mas Jacobo, con jovialidad perfectamente afectada, detúvola en mitad del camino, diciendo desde su sitio: ¡Cuidado, Martínez, cuidado!... Que le tienden a usted un lazo... ¿Un lazo? exclamó Currita, retirando vivamente el ramito. , señor, un lazo afirmó Jacobo riendo . ¿Pues no ve usted que lleva el bouquet una flor de lis?...

Entonces emprendió el camino de vuelta por las mismas calles por donde había ido, sin tener más que un tropiezo. Un viejo, de aspecto decente, se detuvo de pronto ante ella; sorprendida Currita, pegóse a la pared, y el hombre hizo entonces ademán de darle una moneda de cinco céntimos, una perra chica, como llamaban entonces y aún llaman hoy a esas piezas pequeñas.

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