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Actualizado: 6 de septiembre de 2025
¡Que barbarie! exclamó Martín . ¿Se ha de estar siempre hecho un esclavo, sembrando patatas o cuidando cerdos? Prefiero la guerra. ¿Y por qué prefieres la guerra? Para robar. No hables, Capistun, que eres comerciante. ¿Y qué? Que tú y yo robamos con el libro de cuentas. Entre robar en el camino, o robar con el libro de cuentas, prefiero a los que roban en el camino.
¡Un fenómeno! repitió Golfín poniendo su mano sobre los cabellos de la chica . Podrá ser. Vamos, guíame. La Nela comenzó a andar resueltamente sin adelantarse mucho, antes bien, cuidando de ir siempre al lado del viajero, como si apreciara en todo su valor la honra de tan noble compañía.
Después, en su adolescencia, fué de ayudante con algunos arrieros, cuidando las mulas en los malos pasos para que no se despeñasen. En estos viajes por las interminables soledades no temía á los hombres ni á las bestias.
Las monjas estaban contentas de ellas, y aunque les agradaba ver tanta piedad, como personas expertas que eran y conocedoras de la juventud, vigilaban mucho a la pareja, cuidando de que nunca estuviese sola. Felisa y Belén, juntas todo el día, se separaban por las noches, pues sus dormitorios eran distintos.
¡Bah, bah! eso es cuestión de trasladarse.... En casándoos solicitas bajo cuerda que te lleven a otro sitio... el viejo se queda por allá cuidando de las rentas, y tú y la niña os estáis donde nadie sepa si la engendró un archiduque o el verdugo.... Por de pronto, en la luna de miel sales con tu mujer a dar una vuelta por Europa, y así te libras de las hablillas de la primera temporada.
Lo admirable de estas palabras está en que eran ingenuas, como todas las que salieron de la misma boca durante tantos años. Seguimos hablando por el estilo, cuidando yo de encomendar la menor parte de la tarea al enfermo para no fatigarle, y conduje la conversación al extremo que deseaba. Y pregúntele, después de encauzada á mi gusto: Pero, ¿no hay algún síntoma, algún anuncio de esos temporales?
Es más alto de lo que yo creía comentó un tercero. Sus retratos no le hacen mucho favor dijo una bonita muchacha, cuidando de que yo la oyese. Pura lisonja, sin duda.
Una mañana, Virginia Déjazet fué á conocer á Béranger á su retiro de Passy. Allí, cuidando las flores de su jardín, estaba el buen viejo, á quien el público tornadizo casi había olvidado. A su alrededor, los árboles, donde susurraba la suave brisa mañanera, esparcían sombra grata.
Por esto se limitaba a escucharle, cuidando de que en sus conversaciones no se deslizara una palabra que revelase su pasado. Sería el primero en pedir su expulsión de la catedral, y él deseaba vivir en ella desconocido y en silencio. Al encontrarse por las mañanas en el claustro los dos hombres, se abordaban con la misma pregunta: ¿Cómo va esa salud? Gabriel se mostraba optimista.
Cuidando de la buena reputación del clero, tuve intenciones de hacerla desaparecer; pero ya Arturo se había apoderado del billete, y al ver yo su turbación, creí un instante, Dios me perdone tan mal pensamiento, que monseñor y su sobrino habían sido rivales, ignorándolo ambos. ¡Pobre niña!... ¡Pobre niña! exclamó Arturo. ¡Qué nobleza, qué generosidad, qué tesoro poseía en ella!
Palabra del Dia
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