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Actualizado: 24 de julio de 2025
En Lancia, como en todas las capitales pequeñas, los muchachos y muchachas solían tutearse. El conocerse desde niños y haber acaso jugado en el paseo juntos lo autorizaba. El conde de Onís jamás había cruzado la palabra con Fernanda, aunque la tropezase a cada momento en la calle.
Observó que sus desnudos brazos eran de redondeadas formas, aunque requemados por el sol y que llevaba modesta basquiña parda y un pañolón cruzado y prendido sobre el pecho con enorme alfiler de cobre. ¡Maese Rampas el batanero! repetía ella yendo de aquí para allá en busca de las ropas.
Los antiguos griegos habían sido de origen germánico; alemanes también los grandes artistas del Renacimiento italiano. Los hombres del Mediterráneo, con la maldad propia de su origen, habían falsificado la Historia. Pero en lo mejor de estos ensueños ambiciosos, el cruzado del pangermanismo recibía un balazo del «latino» despreciable, bajando á la tumba con todos sus orgullos.
Ya he visto bastante dijo con acento de cansancio. Esto es un gran espectáculo... para el invierno. Allí, á cielo raso, oyendo de lejos el estrépito de las máquinas, viendo cruzado el espacio por las columnas de humo de las chimeneas, gozaban los dos de la frescura del crepúsculo. Es una vida dura dijo el doctor, que seguía pensando en los obreros del fuego.
Había bajado a la calle, cuando advirtió el olvido de los guantes y el pañuelo. Después, cuando entró en la platea, tuvo conciencia tardía de que dos minutos antes, frente a la ancha escalera iluminada, se había cruzado distraído con un grupo de señoras y que una de ellas le había mirado sonriendo, para saludarle. "Bah, no tiene importancia", se dijo.
El Auto de la Puente del mundo comienza con un diálogo entre el Mundo, el Orgullo y el príncipe de las Tinieblas, sobre la venida de Cristo, que aparecerá en forma de caballero cruzado, para redimir á las almas de la servidumbre del pecado. El príncipe de las Tinieblas ha construído un puente, por el cual han de pasar cuantos entren en el mundo.
Sobre la piel morena de los brazos marcábanse con manchas blancas los vestigios de antiguos golpes. El pecho, obscuro y limpio de vello, estaba cruzado por dos líneas irregulares y violáceas, que eran también recuerdo de sangrientos lances. En un tobillo, la carne tenía un tinte violáceo, con una depresión redonda, como si hubiese servido de molde a una moneda.
El miguelete que cobra el portazgo en lo alto de la cuesta de los Meagas aseguró formalmente a José Ignacio Bernaechea que jamás había cruzado de San Sebastián a Zumárraga un coche más elegante, ni unos caballos más hermosos, ni unas gentes más locas.
Al salir de clase un muchacho feo, peludo y desaseado, con quien nunca había cruzado la palabra, le abrazó y le felicitó con entusiasmo. Era García. Desde entonces no tuvo Tristán otro amigo más leal, más cariñoso, más abnegado. Al compás de los progresos que nuestro joven hacía tanto en la Universidad como en el Ateneo y la prensa, crecía en proporción geométrica la admiración de García.
Todavía la traductora rugió su última orden, antes de partir. Gentleman-Montaña, ¡las manos atrás! Gillespie lo hizo así, y, apenas hubo cruzado sus manos sobre la espalda, sintió en torno de las muñecas algo que parecía vivo y se enrollaba con una prontitud inteligente. Era el cable metálico de la máquina que iba á volar detrás de él.
Palabra del Dia
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