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Actualizado: 27 de junio de 2025
Mezclado al de la cera y del incienso le sabía a gloria al anticuario, cuyo ideal era juntar así los olores místicos y los eróticos, mediante una armonía o componenda, que creía él debía de ser en otro mundo mejor la recompensa de los que en la tierra habían sabido resistir toda clase de tentaciones.
Pue, que investigó el asunto un siglo más tarde, creía igualmente, y uno de sus recientes sucesores en el mismo empleo cree también á puño cerrado, que Perla no solo vivía, sino que estaba casada, era feliz, y se acordaba de su madre, y que con el mayor contento habría tenido junto á sí y festejado en su hogar á aquella triste y solitaria mujer.
Hasta Sánchez Morueta, que permanecía con la cabeza baja, como molestado por una polémica cuya intención adivinaba, levantó los ojos fijándolos con cierta extrañeza en el abogado. Aquel muchacho no se expresaba mal. Ya no le creía tan necio, y pensaba si su mujer tendría razón al elogiar sus cualidades. Aresti acogió la sarcástica descripción de aquella sociedad sin Dios, con rostro impasible.
Permanecía en la cabecera de la mesa con la cara entre las manos y una nube de perfumado humo ante los ojos, girando éstos de vez en cuando con cierta fatuidad para mirar a algunas señoras que contemplaban con interés al famoso torero. Su orgullo de ídolo de las muchedumbres creía adivinar elogios y halagos en estas miradas. Le encontraban guapo y elegante.
Entonces se acordaba de su joven esposa, de su hijo Gregorio, muerto en la flor de la edad, creía verlos nadar en el éter sonriéndole, y algunas lágrimas resbalaban suavemente por sus mejillas.
Su placer y su orgullo habían sido pensar, creer, proceder como el ser amado pensaba, creía y procedía. Lo único que le importaba, sobre todas las cosas, era su aprobación. Su pensamiento había sido su guardia y su tutela.
Creía llegado el momento de atacar su amor audazmente. Y luego, ¡qué mujer! Yo he sido joven como tú; es verdad que no he conocido señoras como esa, pero, ¡bah! todas son iguales. He tenido mis debilidades; pero te digo que por una mujer como esa no hubiese perdido ni una uña. Cualquier muchacha de las que tenemos por allá vale más.
¡Ah! ¡ah! pues mejor, mejor... yo enriqueceré á tus padres... yo no te abandonaré. ¡Una sola palabra! ¡Qué! ¡Me amáis de veras! ¡Sí! dijo el duque. Pues bien; el amor iguala... yo no sé por qué te amo también, duque mío. ¡Diablo! exclamó para sí el duque ; esta muchacha es más hechicera y tiene más talento de lo que yo creía.
Respecto del sol, la luna y todo lo demás del firmamento, sus nociones pertenecían al orden de los pueblos primitivos. Confesó un día que no sabía quién fue Colón. Creía que era un general, así como O'Donnell o Prim. En lo religioso no estaba más aventajada que en lo histórico. La poca doctrina cristiana que aprendió se le había olvidado.
Y en páginas y más páginas no hablaba más que de él: refería, orgullosa, todas las pruebas de amor que le daba su marido, transcribía sus palabras enamoradas, se alegraba al ver que ya creía en su amor, al saber que su padre estaba seguro de su felicidad.
Palabra del Dia
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