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Actualizado: 2 de junio de 2025
Es mejor hacer pitillos que encajes, chica. ¡Fumar, siempre fuma la gente; pero los encajes en invierno... es como vivir de coser telarañas! Y levantándose, cogió un tiesto que estaba en la ventana y lo entregó a Amparo. Toma, me alegro de que vinieses... cuídame mucho la malva de olor, que por el camino tengo miedo de que se rompa el tarro.
Sí; clarito, clarito que me lo decían su aparente desdén, su cauteloso empeño en mirarme cuando yo parecía distraído y muy atento a la conversación de la anciana. Después, como de costumbre, seguía la charla con la enferma. Angelina se ponía a coser. A las veces terciaba en la conversación, pero aparentando indiferencia, sin alzar los ojos.
Tomando la sillita baja, que usaba cuando cosía, la colocó junto al balcón. Le dolía la cintura y al sentarse exhaló un ¡ay! Para coser usaba siempre gafas. Se las puso, y sacando obra de su cesta de costura, empezó a repasar unas sábanas.
Vaya usted, señora, á coser sus calcetas y á espumar el puchero, y usted D. Marcos, á cuidar sus hijos si los há, y usted, joven, á aprender un oficio, que más cuenta le tiene cualquier ocupación, aunque sea ingrata y vil, que componer libros.
Ahora me conviene seguir por un justo término medio: salir poco de casa, coser y bordar mucho e ir con frecuencia a la iglesia, a misa y a mis devociones, muy humilde, con vestidito de percal, y cobijada así, borrar la mala impresión que necia o inocentemente he causado, y hasta llegar a adquirir reputación de santa.»
Y, volviéndose al leonero, le dijo: ¡Voto a tal, don bellaco, que si no abrís luego luego las jaulas, que con esta lanza os he de coser con el carro!
El joven le pidió las ideas que habían de servirle de guía, la trama poderosa, sobre la cual no tendría él otro quehacer que alinear palabras con la pluma: «coser y cantar», como decía el personaje. El libro dijo éste podría titularse El verdadero socialismo; pero si usted encuentra otro título más bonito, por mí no se prive usted; yo no tengo en esto empeños de amor propio.
Cuatro horas más tarde, un paquete, no teniendo respuesta, desprendió una chalupa que abordó al María Margarita. En el buque no había nadie. Las camisetas de los marineros se secaban a proa. La cocina estaba prendida aún. Una máquina de coser tenía la aguja suspendida sobre la costura, como si hubiera sido dejada un momento antes.
Quedose reducida la familia a lo que trabajase el señor Rosendo: el real diario que del fondo de Hermandad de la Fábrica recibía la enferma no llegaba a medio diente. Y la chiquilla crecía, y comía pan y rompía zapatos, y no había quien la sujetase a coser ni a otro género de tareas.
A él que no le sacaran de apuntar números, de leer La Correspondencia, hacer cigarrillos y charlar. Todo lo demás era ocupación denigrante. Una noche de verano, sin embargo, en que estaba toda la familia reunida en el comedor, como de costumbre, D. José empezó a mover la máquina. «Papá le dijo Emilia , ya que no nos ayuda usted, al menos enseñe a coser a Isidora».
Palabra del Dia
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