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Actualizado: 23 de junio de 2025
Pero, me diréis, ¿los bogotanos no pasean, no tienen un punto de reunión, un club, una calle predilecta, algo como los bulevares, nuestra calle Florida, el Ring de Viena, el Unter den Linden de Berlín, el Corso de Roma, el Broadway de Nueva York o el Park-Corner de Londres? Sí, pero todo en uno: tienen el Altozano.
Pues lo menos con que se pagan hoy esos merecimientos, es una patente de corso con la que entran a saco en cuanto abarca su extensa jurisdicción, el corsario o sus protegidos, hasta en los alcázares de la Ley.
El último día, al regresar del corso, habían encontrado tumbado al viejo marido, presa de sus reumatismos.
Un mes antes aún estaba allí una mesa italiana de mármoles preciosos que había traído el famoso comendador don Príamo Febrer de una de sus expediciones en corso. Más allá tampoco había nada que le hiciese tropezar.
Pareciole demasiado crudo el concepto a Verónica, a juzgar por la cara que puso, y dijo, con miedo de escuchar algo peor: De manera que, para complemento de la teoría, es también de necesidad algo de matrimonio. Indispensable, Nica. ¡Como que es... la patente de corso! ¡Jesús, qué chica ésta! exclamó Verónica, verdaderamente asombrada.
Estos dos hermanos tenían á cargo las barcas y fragatas del fuerte como guardianes del puerto, y el Pedro había poco que entendía en la artillería. Llamábanle Capitán porque había ido en corso con una galeota. En saliendo los 300, salió D. Alvaro de la puerta y tornó á llamar los dos hermanos. Entre los que iban con D. Alvaro, había caballeros y Oficiales de más calidad que ellos.
Este pueblo y visitas son, si cabe, más miserables que Catanauan y Mulanay: como están en el seno de Ragay y jamás se hacen en él el corso, andan los moros con la misma satisfacción que si estuviesen en Mindanao. El pueblo de Guinayangan, situado en lo último del seno de Ragay, al Poniente de Camarines, de donde dista unas 10 leguas, es el último por allí de la provincia de Tayabas.
Se arrepintió de haber dejado olvidado en el hotel Trafalgar un puñal corso, joya terrible, que en todos lados colocaba sobre el ábaco de la chimenea. La hoja era azul como el muelle de un reloj, larga y flexible como la ballena de un corsé; la empuñadura era de ébano con incrustaciones de plata, y la vaina de platino grabado.
Débil y delicada como ella, la nieta, a quien la enlutada nodriza paseaba por el Corso bajo la vigilancia de la abuela, había vegetado algún tiempo y pasado a fuerza de cuidados y de precauciones las peligrosas etapas de la primera infancia para naufragar en el alba de la primera juventud, y con su virginal atavío de la primera comunión, la llevaron al lado de su madre, a la sombra de aquella vieja iglesia de Candore, adonde nunca había ido en vida.
Un recuerdo del corso de las flores, en la última temporada que pasamos en Buenos-Aires... aclaró Coca, afectando cortedad. ¿Regalo de quién?... ¡Oh, no suponga usted nada!... De un buen amigo y compañero de armas de mi hermano Ignacio... el capitán Pérez...
Palabra del Dia
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