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Actualizado: 4 de julio de 2025
Fabrice examinó el diseño, le hizo una ligera corrección y, devolviéndoselo: ¡Qué amable ha estado usted con mi hija! le dijo. ¡Admira a usted eso! No, seguramente... pero...
Muy cierto es todo eso, mi buena amiga, respondió el magnate, pero tened en cuenta que es muy joven, llena de vida y salud, traviesa y alegre como una niña y que tiempo hay para todo. Sus travesuras van siendo graves por demás y demandan de vos severa corrección. No querréis decir seguramente que llegue yo á levantarle la mano.
El lector imaginará que Melisa y Sofía alcanzaron la preeminencia y compartían la atención del público. Melisa, con su claridad de percepción natural y confianza en sí misma; Sofía, con el plácido aprecio de su persona y la perfecta corrección en todas sus cosas. Los otros pequeñuelos eran tímidos y atolondrados.
Para que las cosas fueran en regla, debía ser pobre, y entonces ella trabajaría como una negra para mantenerle. «Si tú hubieras sido albañil, carpintero o, pongo por caso, celador del resguardo, otro gallo me cantara». «Vaya por dónde te ha dado ahora». «Y nada más». No había medio de quitarle de la cabeza aquella corrección de las obras de la Providencia.
Contestó ella que el arroz no había quedado tan bien como deseara. Cuando comían las chuletas, Maximiliano le dijo con cierta pedantería de dómine: «Una de las cosas que tengo que enseñarte es a comer con tenedor y cuchillo, no con tenedor sólo. Pero tiempo tengo de instruirte en esa y en otras cosas más». También le cargaba a ella tanta corrección.
Así venía a ser la razón junto al sofisma, la humanidad junto a la soberbia, el amor junto al odio; era la corrección del mal; su vista era el consuelo del mundo... El joven miró en su derredor y no supo dónde se encontraba. Tuvo necesidad de pasarse una mano por los ojos para darse cuenta de que se hallaba en el camino de Belmont.
Es loable la corrección en los modales y la medida en las palabras; pero exageradas producen la frialdad tediosa que nuestros diplomáticos observan en los salones extranjeros. Clementina exageraba un poco su afición a las palabras y a los gestos flamencos.
En cambio, las manos de esta Pepita, que parecen casi diáfanas como el alabastro, si bien con leves tintas rosadas, donde cree uno ver circular la sangre pura y sutil, que da a sus venas un ligero viso azul; estas manos, digo, de dedos afilados y de sin par corrección de dibujo, parecen el símbolo del imperio mágico, del dominio misterioso que tiene y ejerce el espíritu humano, sin fuerza material, sobre todas las cosas visibles que han sido inmediatamente creadas por Dios y que por medio del hombre Dios completa y mejora.
La otra hermana era también joven, acaso más que ella, más baja también, rostro blanco, de cutis transparente que delataba un temperamento linfático, los ojos zarcos, la dentadura algo deteriorada. Por la pureza y corrección de sus facciones y también por la quietud parecía una imagen de la Virgen.
A lo lejos se oía la voz de éste, gritando con chistosa corrección: ¡Hipócritas! ¡Sepulcros blanqueados! ¿Es esto confojme con el espíritu del Evangelio, canallas? ¡Predicáis la paz y el amoj entre los hombre, y sois los primeros en barrenaj los textos sagrados! ¡Cuándo sacudiremos vuestro yugo, y nos emanciparemos de la esclavitud en que nos tenéis desde hace tantos siglos!
Palabra del Dia
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