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Los llevaré como marca indeleble de mi deshonra, los pasearé hasta la muerte como la librea del presidario... pero los pasearé los domingos por Recoletos». El paseo de Recoletos no es bello ni grande; los árboles que lo guarnecen dejan mucho que desear en cuanto a corpulencia y follaje; la acera que lo atraviesa a lo largo cansa y lastima los pies.

Había conocido á Ulises cuando huía de las aulas para remar en el puerto, y él, por el mal estado de sus ojos, acababa de retirarse de la navegación de cabotaje, descendiendo á ser simple lanchero. Su gravedad y su corpulencia tenían algo de sacerdotal.

Unas volvían la cabeza, como para no ver al torero; otras le miraban con ojos de desconsoladora conmiseración. El espada achicábase, como si quisiera pasar inadvertido; se ocultaba detrás de la corpulencia del Nacional, ceñudo y silencioso. Un grupo de muchachos rompió a silbar siguiendo el carruaje.

Un mozo despechugado, con gorrilla y dos pinceles de pelo sobre las orejas, era el que comunicaba su inteligencia a la fiera, empujándola cuando los «estudiantes» se ponían enfrente con el capote en la mano. En mitad del solar, un señor viejo y rechoncho, de ancha corpulencia, la tez arrebolada y el bigote blanco y recio, manteníase en mangas de camisa empuñando unas banderillas.

¿Aquí? chilló la señora; se te ha dicho que no pases de la puerta, ¡y lo consientes, Susana! El no tiene la culpa, naturalmente. ¡Si Bernardino estuviera en casa, él te ajustaría las cuentas, vagabundo! Agapo, sin decir palabra, embistió al hueco que dejaba libre la corpulencia de misia Gregoria en la puerta, y salió al vestíbulo, empujando a la cuñada sin miramientos.

Se doblaban en incesante vaivén, á pesar de su corpulencia; mugían ¡haup, haup! con toda la fuerza de sus pulmones, como si con sus gritos pudieran hacer entrar más adentro la palanca del barrenador.

Muy léjos están ellos de tener esa estructura herculánea, esa bizarra corpulencia de los otros indígenas; y si bien sus espaldas son bastante anchas, el resto de su cuerpo, flaco y endeble, parece estar revelando la falta de fuerzas.

Cualquiera que le tropezase en aquella hora le diputaría por un inglesote de los muchos que llegan a Sarrió mandando barcos unas veces, otras a reconocer cotos mineros o a montar alguna industria. Su estatura colosal, su corpulencia, no son los signos característicos de la raza española, siquiera nos hallemos en una de las provincias del Norte.

Las blancas tocas y la singular corpulencia denunciaban a doña Alvarez. Cada vez sacaba fuera mayor parte del busto, cobrando confianza. Por fin, chistó quedo, muy quedo, varias veces. Nadie respondía. El postigo cerrose.

La Consumida jamás hablaba de otra cosa. Novillo jamás hablaba de ellos, y si se los mentaban, sentíase gravemente ofendido. Los vecinos de Rúa Ruera y de la ciudad tomaban por lo cómico aquellos amores, y a Novillo, acaso por su edad, quizás por su corpulencia, tal vez por satírica suspicacia, le sobrenombraban el Buey.