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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Yo me convertía en redentor del alma que cautivaba y en salvador del alma que perdía, parodiando la sentencia divina y diciendo en mi interior: "Levántate: estás perdonada, por lo mucho que has amado." ¡Ah, cielos! ¿Por qué ocultármelo? Procedí con villanía. Era yo tan bajo y tan vil, que no comprendí nunca el vigor, la energía de la pasión que sin merecerlo había excitado.
Para él todas las mujeres eran santas, todos los hombres buenos, todos los guerreros dignos, todos los oficios nobles, todas las cosas bellas. El reptil, a sus ojos, se convertía en ave; el barro en oro; el erizo en flor; el espectro en ángel. Su voluntad era granito; su espíritu, llama. Unía, a la calma de Massena, el arrojo de Murat.
Por qué en aquel momento, en que mi amor por Gloria se convertía en delirio y embriaguez, en que todo me sonreía y tocaba al logro de mis deseos, sentí el alma inundada de tristeza y apetecí la muerte, no puedo explicarlo, pero así fue. Quizá tengan razón los que creen que el amor y la muerte son dos cosas que se identifican y confunden allá en el centro misterioso de la vida universal.
Solteras ambas, vivían juntas, manteniéndose de una escasa labranza y del trabajo de Maripepa que era habilísima tejedora. Todo lo que hilaban las mujeres en Entralgo y Canzana lo convertía ella en tela. Pacha, que le llevaba diez ó doce años, cosía por las casas y ejercía el mando de la suya.
En seguida se echó de ver que Melisa había reparado también en el mismo parecido; de consiguiente, cuando se veía sola, le golpeaba la cabeza de cera contra las rocas, la arrastraba a veces con una cuerda atada al cuello, al ir y volver del colegio, y otras, sentándola en su pupitre, convertía en acerico su cuerpo paciente e inofensivo.
En aquel momento no dudó que haría brillar su inocencia con pruebas irrefutables. Una firme convicción reemplazó á la duda que le había torturado tanto tiempo hasta hacerle sospechar si en un momento de embriaguez que no recordaba habría, en efecto, cometido el crimen. Ahora se sentía en posesión de otra conciencia y se convertía en otro hombre libre corporalmente y dueño de su pensamiento.
Se le figuró ver que caía la Regenta y se aplastaba, que caía el Magistral y se aplastaba, que caía don Víctor y se convertía en tortilla, que el mismo don Álvaro rodaba por el suelo hecho añicos. No importaba. Había llegado el momento. Si perdía la ocasión, la vacante de Teresina, podía entrar otra y adiós señorío futuro. No había más remedio que ocupar la plaza inmediatamente.
Pero, a pesar de su proximidad al fuego, sentía frío. ¡Cuántas noches pasara largas horas en el mismo sitio, fija la mirada en la rojiza lumbre! A veces, los encendidos leños asumían formas que su imaginación trocaba en personas y sucedidos reales, y de esa manera convertía aquel hogar en escenario, en el cual se representaba a menudo el tétrico drama de su vida.
Era para ellos un mártir de la nueva religión de los humildes y los oprimidos. Además, su inocencia le convertía en una víctima de la injusticia social, que odiaba cada vez más. Para ellos no había otra verdad qué la palabra de Gabriel. El campanero, más rudo y silencioso que los otros, era, sin embargo, el más audaz en la conversación.
El, por su parte, le profesaba una afición tan ardiente, tan exclusiva, que en ciertos momentos se convertía en verdadera fiebre. Cada vez que tenía que apartarse de sus faldas para ir al colegio le costaba lágrimas. Exigía que se pusiera al balcón para despedirle. Antes de doblar la esquina de la calle, se volvía más de veinte veces para enviarle besos con la mano.
Palabra del Dia
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