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Actualizado: 28 de julio de 2025
Don Marcos sonrió ante este contraste. Lo mismo que don Atilio. Cada vez que contempla desde aquí el panorama, se fija en esos dos palacios separados por la boca del puerto y que ocupan los dos promontorios. Dice que el uno justifica al otro, y añade que son... ¿cómo dice él? ¿una antítesis?... No: es otra cosa.
Y como esto no le llenaba el ánimo completamente, se complacía en colocar á su lado, para contraste, todos los disgustos que debía á su expedición á la patria de los Seturas, con el fin de amar la primera á medida que fuera aborreciendo la segunda.
Otro fenómeno curioso que se nota en esos cantones correspondientes á las hoyas de los lagos de Zuric y los Cuatro-Cantones, es el del contraste de tradiciones políticas entre pueblos que en nada difieren en cuanto á raza, lengua y religion, y cuyas fronteras son en realidad imperceptibles, puesto que la topografía es homogénea.
Y volvía a reír cruelmente, regocijada por el contraste entre las palabras del discurso y aquella loca proposición de abandonarlo todo para seguirla en su correría por el mundo. ¡Ah, farsante!
Al lado de ella, en una butaquita, estaba otra señora, que formaba contraste con ella; morena, delgada, menuda, de extraordinaria movilidad, lo mismo en sus ojillos penetrantes que en toda su figura. Era la marquesa de Alcudia, de la primer nobleza de España.
Al arribar al ángulo formado por la reunion del Iténes con el Mamoré, un espectáculo el mas imponente se presenta á la vista, la que abrazando de un solo golpe el magestuoso giro de ámbas corrientes puede fácilmente compararlas y admirar el maravilloso contraste .
Descendimos de la torre de la Vela para entrar al santuario del arte voluptuoso de los orientales, haciendo el mas raro contraste con el palacio de Cárlos V. ¡Qué de páginas de civilizaciones distintas, trazadas con piedra sobre una misma colina! Asi, en solo un espacio reducido, cuántas razas y civilizaciones distintas tienen su representacion!
Contemplando desde la sierra lo que se veía del panorama del Puerto, habíame comparado yo, por la fuerza del contraste, con un mísero gusanejo; pero al hallarme en el observatorio de más adentro, ¡qué cambio tan radical y tan súbito de ideas, y cuán extrañas las impresiones recibidas!... Creo que fue de espanto, de frío y de «arrepentimiento» la primera, y estoy seguro de que fue de melancolía la segunda, como lo estoy también de que la siguiente me infundió la sensación de lo que tenía a la vista, de tal modo y con tal intensidad y fuerza, que hubiera jurado yo que circulaban por mis venas líquidos pedernales, y era mi cuerpo una estatua de granito coronada con manojos de «loberas» y acebuches.
Y en Sotileza, aquella misma robusta inspiración que había dado perpetua vida a Cafetera, al Tuerto y a Tremontorio, ha roto el estrecho marco del cuadro de género y penetrado en el ancho y generoso cerco de la gran pintura, poniendo con entera franqueza a sus héroes entre cielo y mar, y haciéndoles verdaderos protagonistas de una acción trágica, que llega y toca a lo más alto de la pasión humana, acentuada aquí en vigoroso contraste con una naturaleza bravía y rebelde.
¡Qué contraste el formado por la vida y la muerte que allí se mostraban con toda la brutal realidad de los hechos: ¡Qué lástima de mujer, tan hermosa y tan buena! ¿Qué falta hacía a nadie arrancarle la existencia como se descuaja una planta? ¿Ni qué falta hacían en el mundo aquellos angelitos?
Palabra del Dia
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