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Actualizado: 5 de junio de 2025


Después de recibir semejante respuesta, no es de extrañar que el señor Macey hiciera notar más tarde, en la velada del Arco Iris, que Marner tenía la cabeza perdida, y que no sabía probablemente cuándo era domingo, lo que demostraba que era más pagano que muchos perros. Además del señor Macey, otra persona que consolaba a Silas fue a verlo con el corazón lleno de los mismos pensamientos.

La verdad es que era desolador el ser tan pequeñita, tan pequeñita. ¿Quién podría amarme así? Pero me consolaba leyendo Peveril del Pic. Era esta una de mis novelas preferidas, entre las de Walter Scott, precisamente a causa de Fenella, cuya altura era a buen seguro, más exigua que la mía. Yo amaba, idolatraba a Buckingham.

Sentada en un rincón del fuego, como un monstruo familiar, leía en las cartas el porvenir de mamá; la prometía el reino de París, como una bruja de Shakespeare; la animaba en sus desfallecimientos, consolaba sus disgustos, arrancaba sus cabellos blancos y la servía con una devoción canina.

Esto era lo que le consolaba de su miseria; especialmente la corbata, adorno que nadie llevaba en todo el contorno y él lucía cual un signo de suprema distinción; algo así como el Toisón de Oro de la huerta.

Lo que más consolaba a Fortunata era la esperanza cada día más firme, porque el capellán se lo había dicho no pocas veces en el confesonario, de que cuando se casase y viviese santamente con su marido a la sombra de las leyes divinas y humanas, le había de amar; pero no así de cualquier modo, sino con verdadero calor y arranque del alma.

Nadie hubiera podido declarar con fundamento que la partida de Juan Maury había modificado el ser de Rafaela. Su amistad hacia el Vizconde siguió tan fina y tan estrecha como en el coloquio, pero sin que el coloquio se repitiese. Ella seguía hablando con el Vizconde, si bien delante de todos y sin dar que sospechar. Su conversación amistosa la consolaba y la deleitaba.

Yo he estado en América, señores; me he batido en aquellos colosales combates de Chuquisaca y Cochabamba, y puedo decir que nada nos consolaba de nuestras privaciones y trabajos como hablar de la Constitución, pensar en ella y poder escribirla en nuestras banderas para hacer doblar la rodilla a los indios más bravos.

Juanita no lo hubiera cumplido aunque no hubiera amado ya a don Paco. La consolaba y la hechizaba tener aquella víctima constante y ver arder aquel corazón, cual perpetuo holocausto, en aras de su hermosura. Aun cuando ella no hubiese aceptado el sacrificio, se hubiese afligido mucho de que viniese doña Agustina y le robase el corazón sacrificado.

Los pretendientes desdeñados, que antes lo llevaban todo con resignación, dando por supuesto que los consolaba, que los desdenes de doña Luz nacían de su amor a Dios y al cielo, cuando supieron que doña Luz gustaba tanto de la tierra y de otro hombre como ellos, no la perdonaron tampoco, y censuraron su ligereza.

Reíase del flamante doctor, aunque con secreta envidia. Todavía no había alcanzado él la suspirada borla, pero se consolaba, porque él tenía también su corredor. Pasaba el tiempo. Míster Robert escribía imperturbable, abstraído en su tarea, como si estuviera solo. Quilito tiró el cigarro y se acostó en el sofá, bostezando.

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