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Actualizado: 16 de junio de 2025
La consola del centro estaba cubierta de discos o manchas, que no habían entrado en el dibujo original; los sillones bordados, descoloridos por el tiempo, y el sofá de terciopelo verde, sobre el cual se dejó caer don Jacobo, estaban manchados por la roja arcilla del camino.
Pero la puerta estaba cerrada con llave, y era necesario buscar y llamar otra vez a la portera para que me abriese, la cual se sorprendería, me haría alguna pregunta; en fin, un lío. Para apaciguar mis inquietudes, tomé un libro lujosamente encuadernado que había sobre la consola y lo abrí.
Eché una mirada a mi alrededor... Una bujía solitaria ardía sobre una consola, en la que se veían cepillos, peines, alfileres para los cabellos; colgaban a lo largo de las paredes mantas, sombreros... ¡Ah! aquel era el tocador de las damas. Y poco a poco fui comprendiendo lo que había pasado.
Allí estaban Judit, Ester, Dalila y Rebeca en los momentos críticos de su respectiva historia. Un Cristo crucificado de marfil, sobre una consola, delante de un espejo, que lo retrataba por la espalda, miraba sin quitarle un ojo a su Santa Madre de mármol, de doble tamaño que él, colocada sobre la consola de enfrente.
Tenía una consola con incrustaciones que perteneció al mismísimo Grimaldi, y un ropero traído de París por la de los Ursinos. En cuanto al taller que D. Francisco necesitaba, fácil le sería conseguir de Su Majestad que le cediera un local de los muchos que estaban inhabitados y vacíos en el piso tercero.
Había un sofá forrado de tela encarnada y varias sillas, una consola y un espejo: las paredes estaban tapizadas con buena porción de estampas religiosas; el suelo de azulejos. Cuando me hallé solo, volvió a acometerme la misma inquietud y temblor que sentí al penetrar en el portal y tirar de la campanilla. La presencia de la monja me había distraído un poco y sosegado.
Se llenaba la salita, que no estaba sucia propiamente, con cinco sillas y un sofá de paja; una consola con su espejillo encima, dos floreros y el retrato de Nacho, de la misma edición que el que tenía Nieves; un veladorcito en el centro con tapete de crochet; seis litografías con marco enchapado de caoba, en las paredes, y tres felpudos de colores en el suelo. Nada de cielorraso.
Quedóse Carmen sola, sentada en el sofá de terciopelo carmesí, muy fofo y deslucido. Sobre la blancura agria de la cal destacaban en las paredes unas láminas cromadas, con marcos de madera un poco apolillados. En lontananza una consola sostenía sendos fanales colmados de flores de trapo, incoloras y deformes.
En esta se habían prodigado las luces: dos bujías a los lados del piano vertical; sobre la consola, en los candelabros de zinc, otras cuatro de estearina rosa, acanaladas; en el velador central, entre los albums y estereóscopos, un gran quinqué con pantalla de papel picado.
Maquinalmente, Pablo Aquiles y Casilda dijeron con la cabeza que no. Firmado el correspondiente recibo, Esteven recogió sus papeles y sin añadir palabra, salió como había entrado. ¿Quién reconocería en aquel personaje tan finchado, al tenedorcillo de libros de marras? ¿Te convences ahora? dijo Casilda mirando tristemente los billetes dejados sobre la consola.
Palabra del Dia
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