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Actualizado: 26 de junio de 2025


Después supe no había olvidado mi deseo, y que alguna que otra vez recordaba Ninay al castila de las balbas, nombre con el que me conocían en toda la contra-costa.

Pero ¿conocían los hijos los proyectos de sus padres? ¿Los tenían por buenos y los habían aceptado con gusto? Don Alejandro podía jurar que de sus labios no había salido una palabra dirigida a Nieves, con intento de descubrírselos. Su hermana Lucrecia aseguraba lo propio con relación a su hijo. ¿Sería verdad?

Diestros navegantes, conocian perfectamente esas sinuosidades interminables de los numerosos rios de su territorio; y si guerreaban con sus vecinos, se presentaban al combate en sus canoas, armados del arco, de las flechas y de la pesada macana.

En este vestíbulo, vigilando las pesadas y la entrada y salida de los fardos, solía verse un señor que no era mas que algo como un conserje o portero; pero que, por su aspecto, parecía un personaje. En la casa, medio en serio, medio en broma, le conocían por don Paco. Yo le llamaba el Almirante y también el primer lord del Almirantazgo.

Andaba por Sevilla en los comienzos del siglo XVII, un sujeto á quien todos conocían con el nombre del hermano Juan de Jesús María, el cual iba por las calles con hábito de tercero ó ermitaño y con mucha humildad y constancia pedía limosna para las huérfanas.

Conocían también, palmo a palmo, las veredas que van por las vertientes del monte Larrun y no había misterios para ellos hacia el lado Este de Navarra en esas praderas altas, metidas entre los bosques de Irati y de Ori. La vida de Capistun y Martín era accidentada y peligrosa. Para Martín, la consigna del viejo Tellagorri era la norma de su vida.

Venían viajando sobre catorce millones en oro apilados en la bodega; y por si no bastaba tanta riqueza, él había dormido todas las noches junto a una señora millonaria, cuya presencia en el trasatlántico muy pocos conocían. ¿La ha visto usted? preguntó Ojeda, francamente interesado por esta noticia. No pienso verla: no me tienta la curiosidad.

La habitación destinada a Florentina en Aldeacorba era la más alegre de la casa. Nadie había vivido en ella desde la muerte de la señora de Penáguilas; pero D. Francisco, creyendo a su sobrina digna de alojarse allí, arregló la estancia con pulcritud y ciertos primores elegantes que no se conocían en vida de su esposa.

Tal vez viviría años, tal vez moriría en una de estas crisis; lo importante era que llevase una existencia plácida, sin profundas emociones. Y las dos señoras, que conocían su verdadero estado, lo lamentaban cuando él no estaba presente. ¡Tan joven! ¡tan afectuoso y tímido!

Algunos conocían la lengua española por haber navegado en bricks de Saint-Malo y Saint-Nazaire, yendo á los puertos de Argentina, Chile y Perú. Los que no podían entender las palabras del cocinero las adivinaban á través de sus gesticulaciones.

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