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Actualizado: 9 de junio de 2025
De todos modos va con su ama a visitas, a misa y a paseo, le lleva y le trae recados, y procura tenerla al corriente de cuanto pasa en el lugar. A esto de saber vidas ajenas y de murmurar, menester es confesarlo, hay una deplorable afición en las hidalgas y ricas labradoras de por allí.
¡Cuántas veces en mis noches de horror, encadenado á mis compañeros de miseria, he recordado aquellas repugnantes escenas, en las que tenía el valor de oponer á las lágrimas de mi madre un cinismo burlón y feroz! ¡Cuánto he deplorado aquella ceguera que me entregaba á los consejos pérfidos de mis aduladores y de mis parásitos y me impedía ver la actitud suplicante de dos ángeles que querían salvarme!... Pero yo estaba destinado á la desgracia y, debo confesarlo, muy justamente.
¡Mi pobre amigo! Era fatal llegar a esto. ¡Si supiera usted cuánto le amo! No se lo habría dicho a usted ayer: hoy puedo confesarlo puesto que es la palabra prohibida que nos separa. Ella, extenuada poco hacía, había hallado por milagro no sé yo qué recurso de virtud que le prestaba fuerza suficiente. Yo no tenía ninguna.
Febrer, admirado de que se supiesen tan pronto sus propósitos, no se atrevió a negar. Sí, era cierto. Sólo a Toni quería confesarlo. El contrabandista hizo un gesto de repulsión, al mismo tiempo que sus ojos, acostumbrados a las mayores sorpresas, revelaban asombro. Haces mal, Jaime; haces mal. Lo decía gravemente, como si estuviera tratando un asunto solemne.
En medio de su contemplación, sintió cierta angustia y escarabajeo en su estómago, porque hacía cerca de veinte horas que no había comido, había andado mucho y no había dormido nada. En suma, fuerza es confesarlo, don Paco tuvo hambre.
He tratado de convencerle de que la vergüenza consiste en cometer el pecado y no en confesarlo. ¿Qué decides, hermano Dimmesdale? ¿Quieres dirigirte al alma de esta pobre pecadora, ó debo hacerlo yo?
Esa hora, Carlota mía, triste es confesarlo, no nos la dan ni el trabajo, ni el valor, ni la paciencia. Es una hora que suena en un reloj que nadie ha visto...» La teoría es tranquilizadora: según ella, los más desdichados deben de esperar, con resignación alegre, á que el tiempo vuelva en el libro augusto de los destinos aquella página donde esté la hora feliz de su victoria.
Creo que cualquiera mujer haría lo mismo en mi caso. ¿Qué ganaba con revelar estas cosas tan sucias? Sólo cuando vi mi honra por los suelos, sólo cuando llegó a mis oídos lo que se decía en Peñascosa, me aventuré a confesarlo a mi padre. Por mandato de éste me encuentro aquí, que de otro modo tampoco hubiera venido.
Hay que confesarlo francamente: nuestro héroe es más hermoso dormido que despierto. Tiene su rostro dormido tanta pureza, corrección y serenidad, que hace venir á la memoria el retrato que la historia nos ha dejado de Alcibíades. Pero los ojos no prestan ningún atractivo á este rostro: son demasiado claros. Después de todo, no es fácil hallar ojos que convengan á esta clase de rostros.
A otros los he visto caer asesinados cuando mostraban una confianza majestuosa igual á la de los dioses inmortales. He insultado á hombres que no conocía, para servir con ello á hombres que despreciaba por conocerlos demasiado. ¿Que mi oficio es vergonzoso?... Soy el primero en confesarlo.
Palabra del Dia
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