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Actualizado: 29 de junio de 2025


No me importa que se la beba otro. Mis faltas son debilidades, y además un efecto preciso de la mala, de la perversa educación que he recibido. ¿Por qué educaron en el lujo al hijo de un pobre empleado con treinta mil reales? ¿Por qué desde niño me enseñaban a competir con los hijos de los grandes de España? ¿Por qué no me dieron una carrera, por qué no me aplicaron a cualquier trabajo, en vez de meterme en una oficina, que es la escuela de la vagancia?

No tenemos hoy que competir únicamente con lo que en Francia y en Inglaterra se escribe, sino que de Rusia, de Polonia y de otras naciones y lenguas, extrañas y casi incógnitas antes, se importan novelas que, ya nos entusiasman, porque en realidad lo merecen, ya nos agradan más que las nuestras, por lo exótico y peregrino de todo, y hasta porque, no conociendo ni tratando de diario a los autores, nos los podemos imaginar por cima de nuestro nivel: más sabios o más inspirados.

No por eso se expatria mentalmente el que lo hace. ¿Quién más español que Lope? Y Lope, no obstante, era tan imitador y tan apasionado admirador de los italianos, que llegaba a exclamar: ¿Cómo he de competir con ellos, que son ...solos y soles, yo con mis rudos versos españoles?

No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

El año 1869 recorriendo la provincia de Cavite tuvimos ocasión de pernoctar en el pueblo de Silam, célebre entre otras cosas por criarse un café que, fin género de duda, puede competir con el mejor de Moka.

-Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante. -No me descontenta el nombre -replicó Sancho-, pero ¿con qué freno o con qué jáquima se gobierna?

Por la dignidad del continente, por la delicadeza del cutis, por su belleza sencilla y serena, no había en todo Madrid quien pudiese competir con ella. Pero esto no era nada si se compara a la forma en que se le aparecía los sábados. En este día Carlota tenía por costumbre lavar sus camisas.

Las pocas fábricas que habia en España se hallaban oprimidas con el peso de muchos i mui grandes tributos: de donde se viene á inferir que estos eran la causa de que las telas fabricadas en estos reinos no pudiesen competir en lo pequeño del precio con las que se introducian de los estraños.

Nuestra visita principió por el Recibo, donde sólo había que ver una gran chimenea, digna de competir con las llamadas de campana: tan enormes eran su tragante y su fogón.

A veces pintaba el Padre el florecimiento de las artes, y encomiaba las obras pasmosas de Leonardo de Vinci, de Rafael y de Miguel Ángel, que venían a eclipsar las obras del arte antiguo, o a competir al menos con las que resurgían y se extraían del seno de la tierra, en donde habían estado sepultadas durante largos siglos de obscuridad y de barbarie.

Palabra del Dia

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