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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Entre mis más antiguos clientes cuento, señor, á un honrado comerciante retirado, poco ha, de los negocios, que vive holgadamente en compañía de una hija única, á la que adora como es natural, y que goza de una aurea mediocritas que avalúo en veinticinco mil libras de renta.

El valor sereno del vencedor del Callao, jefe de las fuerzas de mar, y el heroismo de Malcampo, lanzándose al asalto de la cotta de Pangalungan desde el bauprés de la Constancia, seguido de una compañía de desembarco, reverdecieron las glorias tradicionales de la marina, llevando el terror á nuestros enemigos, convencidos ya de su impotente inferioridad.

Y luego los señores caciques dijeron que les placia de toda voluntad de lo mandar traer, que mandase que de la ciudad del Cuzco fuesen algunos orejones en compañía de los indios que ansí ellos inviasen, para que en sus tierras les constase á los que allá eran que era su voluntad que el tal proveimiento hiciesen á la ciudad del Cuzco, porque aquel era el primero que ellos hacian, y por ellos muy mucho deseado de hacer el tal servicio á la ciudad del Cuzco y á su Señor Inca Yupanqui.

Algunas veces también nos gusta... Cuando tropiezan una moza guapa y rica. ¡Ya!... Aquí viene usted equivocado... Ni lo uno ni lo otro... Aquí no podemos ofrecerle más que miseria y compañía... Vaya concluyó, echándose a la espalda el haz que acababa de liar, hasta luego, que me voy... Rosa, a ver si te das arte para atrapar a este señorito... Quede con Dios, D. Andrés...

6 Si nosotros dijéremos que tenemos compañía con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no hacemos verdad; 7 mas si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión con él, entre nosotros, y la sangre de Jesús, el Cristo, su Hijo nos limpia de todo pecado. 8 Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros.

Ha sido una falta, lo reconozco; pero crea usted que hay algunas cosas que la atenúan un poco. En primer lugar, Raquel es hija de un antiguo amigo mío. Hace cuatro años se quedó huérfana y sin recurso alguno. Necesitó irse a vivir en compañía de una hermana que tiene casada.

Una compañía de comediantes vagabundos pasó por allí, y Glatigny, cautivado por aquel vivir errante, se unió á ellos: su alma debió de experimentar entonces una emoción análoga á la que produce la música en las tardes de lluvia; la misma sensación de melancolía y de silencio que con vigores rembranescos retrata Rusiñol en su inolvidable cuento «La alegría que pasa».

Luis era liberal, muy liberal. Disentía en este punto de sus maestros de la Compañía, que hablaban de don Carlos con entusiasmo, afirmando que era «la única bandera».

La chica rechazó con indignación la malévola sospecha que había debajo de sus palabras, se encrespó de tal manera que el pobre no volvió a entrar en explicaciones. Se retrajo de la compañía de sus amigos. Andaba avergonzado, siempre temiendo que le echaran en cara aquella indecente complacencia. Y así fue. Un día, en la taberna, se lo dijeron bien clarito.

Entonces el teniente ordenó con voz colérica: ¡Fuego a discreción! Un tiroteo incesante partió de la media compañía formada en batalla. Pero el solitario enemigo ni huía ni caía. En pie sobre la roca, sin intentar siquiera guarecerse detrás de alguna piedra, seguía cargando y disparando su arma, repitiendo siempre con voz terrible: ¡Viva Carlos Séptimo! ¡Viva la religión!

Palabra del Dia

ciencuenta

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