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Actualizado: 24 de junio de 2025


Aresti volvióse hacia su primo, que comía silencioso, lanzando alguna que otra mirada al sobrino de su mujer. ¿Qué te parece, Pepe, cómo piensan estos jóvenes? Y encarándose con Urquiola, le dijo con una timidez irónica, dando á entender su deseo de rehuir discusiones con él. Pues esa pillería venida de... España; ese rebaño maketo y pecador, es el que trabaja y da prosperidad á Bilbao.

Cuando regresábamos observé en aquel hombre extrañas señales que me infundieron sospechas: se mostraba taciturno, preocupado; examinaba con atención mis armas; dirigía miradas penetrantes en torno suyo; apenas comía. Recelé, en suma, que aquel hombre proyectaba robarme, tal vez asesinarme. Llegamos al anochecer a una miserable estancia, donde nos albergamos.

Antes comía muy bien, pero ahora me cuesta mucho trabajo conseguir que tome alguna cosa; un triunfo cuesta el que acepte las medicinas. Considérame: estoy muy acongojada, apenas duermo, y vivo en constante zozobra. Don Román vino a verme, y vino también tu amigo don Quintín. Es un joven muy bueno. Me preguntó si en algo podía serme útil y si necesitaba yo alguna cosa.

Pues como viera los alumnos de la Escuela Pía, con su uniforme galonado y sus guantes, tan limpios y bien puestos que parecían caballeros chiquitos, se los comía con los ojos.

Ya me lo figuro. ¡Y que no serán cortos de tragaderas los curánganos de San Sebastián, compañeros y amigos de tu D. Romualdo! Todo lo que le diga es poco. Cuéntame: ¿qué les has puesto? preguntó ansiosa la señora, que gustaba de saber lo que se comía en las casas ajenas . Ya estoy al tanto. Les harías una mayonesa. Lo primero un arroz, que me quedó muy a punto. ¡Ay, Señor, cuánto lo alabaron!

Tónica así la llamaban sus parroquianas comía en casa de éstas, cosía once horas, cuando no tenía que salir para comprar tela, hilo o botones, y por la noche regresaba a su habitación de la calle de Gracia, un piso tercero de una casa vieja y pequeña, que las dos mujeres tenían como «taza de plata», según expresión de las vecinas.

Costáronme veinte y cinco ó treinta reales: eran más para ver que cuantos tiene el Rey, pues por éstos se veía de puro rotos y por esotros no se verá nada. Sucedióme un día la mejor cosa del mundo, que aunque es en mi afrenta la he de contar. Yo me recogía en mi posada el día que escribía Comedia al desván, y allí me estaba, y allí comía.

Gracias a Crispina, doña Inés estaba al corriente de los noviazgos que había en el pueblo, de las pendencias y de los amores, de las amistades y enemistades, de lo que se gastaba en vestir en cada casa, de lo que este debía y de lo que aquel había dado a premio, y hasta de lo que comía o gastaba en comer cada familia.

Cuidaba su ropa y sus libros, y sentía mucho que su autoridad no se extendiese a la cocina, tanto más cuanto que, a su juicio, el doctor comía muy mal. Tenía celos de los enfermos, del guarda, al que el doctor confiaba a veces misiones misteriosas; de cuantos trataban con su ídolo.

Majestuosamente sentado sobre sus cuatro remos, el perrazo negro presenciaba con atención solemne aquel acto, retratando en sus pupilas de endrina la llama movible que se comía, sin hartarse, las páginas del ignorado drama. Cuando la llama se extinguía, lamiendo las últimas cenizas, Saúl bostezó con soberano fastidio. Y no hubo más.

Palabra del Dia

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