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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Los comensales se levantaron y se distribuyeron por los salones. Reynoso se acercó a su cuñado, le pasó un brazo por la cintura y le llevó al hueco de un balcón. Dentro de un rato le dijo , cuando yo te haga seña, podéis bajar. El coche estará a la puerta enganchado.
Y doña Manuela, animada por estas ilusiones que garantizaban su futura tranquilidad, envolvía la mesa y sus comensales en una mirada infinita de benevolencia y cariño. Todo marchaba bien. Andresito y Amparo se pellizcaban por debajo de la mesa; Roberto se acercaba de un modo inconveniente a Conchita; la mamá lo veía todo, pero sonreía con dulce tolerancia.
Colérico cada vez más y respondiendo á las razones de su sobrino con frases violentas ó desdeñosas, tanto llegó á exaltarse que el alcalde, el boticario y otros comensales creyeron prudente intervenir. Encauzaron la conversación hacia otros asuntos y procuraron alejar al tío del sobrino. Se habían levantado ya todos de la mesa. Se diseminaron por la pomarada formando grupos.
Si hay algún resentimiento debe olvidarse, sobre todo si, como presumimos, no ha sido por cosa grave. ¡Que se besen! gritaron con más fuerza los comensales. No hubo más remedio. Castro y Alcántara se apoderaron de la Amparo, Ramón y el conde de la Socorro y las fueron aproximando casi a viva fuerza, no sin que ambas protestasen, sobre todo Amparo, que se defendía con energía.
Otro de los comensales era un señor de patillas blancas, rostro atezado y expresivo, que me dijeron era alcalde de uno de los pueblos de la provincia, no recuerdo cuál: se llamaba Cueto. Otro un jovencito rubio, estudiante de Derecho. Otro, por fin, un catalán de rostro anguloso y escuálido, ojos saltones y bigotes largos y caídos como un chino, a quien llamaban Llagostera.
El señor Chantre es una de las personas más buenas, más afables y más instruídas que hemos tratado nunca, y nos obsequió y agasajó como hombre bien nacido de los buenos tiempos de la hidalguía española, quedando por nosotros, y no por él, si de visitantes no nos convertimos en comensales, y hasta en huéspedes de su pacífica morada.
No, gritó uno con mucha fuerza; con resuelta seguridad; casi, casi con inspiracion. Nadie ha acertado, y diciendo esto, daba fuertes golpes sobre la mesa. Todos los comensales que nos pudimos enterar del juego, teniamos la cara vuelta, y esperábamos, con creciente curiosidad, ver en qué paraba el acertijo.
La lámpara esparcía su luz tenue y risueña, como si hubiera alumbrado una escena de las más alegres, y suavemente el viento soplaba, rozando las ventanas con una caricia. Abajo, el ruido parecía calmarse: se oían risas a intervalos cada vez más lejanos, el runrún de las voces se trasformaba en un murmullo uniforme y confuso. Los comensales estaban cansados, digerían.
Un corto silencio reinó entre los comensales, y en medio del murmullo de las conversaciones, alrededor de las mesas lejanas y del ruido ahogado de los pasos de los criados, que traían y llevaban los platos, alguien declaró con voz dulce y tranquila: ¡A mi me encantan las negras!
La mayor parte de los comensales eran mercaderes y carruageros, todos de una urbanidad imponderable, que con la mas prudente circunspeccion hiciéron á Cacambo algunas preguntas, y respondiéron á las de este, dexándole muy satisfecho de sus respuestas.
Palabra del Dia
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