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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Las dos mestizas comían y callaban, el capitán servía, el fraile se reservaba, Luís mascullaba el prosáico español cocido, y un servidor de ustedes espiaba la ocasión para tomar un buen punto de luz que llenase por completo á mis modelos. Sobre la paleta tenía combinadas dos tintas desde que principié á analizar á las dos mestizas que comían frente á mí.
Iba a ser un festeig del que se hablaría en toda la isla; y eso que muchos, aunque se comían a Margalida con los ojos, no osaban entrar en el cortejo, dándose de antemano por vencidos.
Felipe IV pensó de distinto modo y así como en cierta ocasión se le ocurrió expulsar de España a los extranjeros porque comían mucho pan, creería que el nombre de su artista predilecto no estaba mal en la misma nómina que los barberos, galopines, enanos y bufones.
Tzaá le decían a este juego: dos indios se subían primero en las puntas del palo, dos más se encaramaban sobre estos dos, y los cuatro hacían sin caerse muchas suertes y vueltas. Y los indios tenían su ajedrez, y sus jugadores de manos, que se comían la lana encendida y la echaban por la nariz: pero eso, como la pelota, será para otro día.
Eran todas niñas de cinco a diez o doce años, que vivían aparte ocupando las habitaciones de la fachada. Comían antes que las otras en el mismo comedor, y bajaban a la huerta a hora distinta que las Filomenas. Toda la mañana estaban las niñas diciendo a coro sus lecciones, con un chillar cadencioso y plañidero que se oía en toda la casa. Por la tarde cantaban también la doctrina.
A poder de éste, pues, vine, y en su poder estuve con don Diego, y la noche que llegamos nos señaló nuestro aposento y nos hizo una plática corta, que aun por no gastar tiempo no duró más. Díjonos lo que habíamos de hacer. Estuvimos ocupados en esto hasta la hora de comer. Fuimos allá; comían los amos primero y servíamos los criados. El refectorio era un aposento como medio celemín.
Comían mejor en casa del zapatero. La chiquillería escrofulosa que correteaba por el claustro era la que mejoraba de suerte con la enfermedad del pequeño, cada vez más débil, inmovilizado horas enteras, con una respiración casi imperceptible, sobre el regazo de la madre. Cuando murió el infeliz, toda la gente del claustro se agolpó en la casa.
Llegó a relatarle las aficiones de su infancia, el placer indefinible que experimentaba pasando horas enteras arrodillada ante un Cristo, rezando rosarios tras rosarios. En aquella época, llevarla a la capilla de la Virgen de los Desamparados era para ella la mayor de las diversiones, y rezaba con tal devoción, que las viejas beatas se la comían a besos, asegurando que iba para santa.
861 Dende la alba hasta la noche, en el campo me tenía; cordero que se moría -mil veces me sucedió- los caranchos lo comían, pero lo pagaba yo. 862 De trato tan rigoroso muy pronto me acobardé; el bonete me apreté buscando los mejores fines, y con unos volantines me fuí para Santa Fé.
Una verdadera revolución: créame usted, caballero. Medio pueblo era pariente nuestro, y los demás comían más ó menos directamente del negocio. Esta playa parecía un hormiguero.
Palabra del Dia
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