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Actualizado: 4 de junio de 2025
Otra grande y aparatosa muestra, colgada más arriba, en el piso principal de la misma casa, decía: Eponina, modista. Como Isidora la mirase, díjole Miquis: «Huye de esas peligrosas alturas, y vuelve tus ojos al valle ameno que está abajo. Sí; Ahí viven Emilia y Juan. ¡Qué felices son! Pues en esa casa, en ese establecimiento salutífero vas a vivir desde mañana.
66 y tendrás tu vida como colgada en duda, y estarás temeroso de noche y de día, y no confiarás de tu vida. 68 Y el SE
Todas las noches, al salir de casa con la guitarra colgada del cuello, se le ocurría el mismo pensamiento: «Si Santiago estuviese en Madrid y me oyese cantar, me conocería por la voz.» Y esta esperanza, mejor dicho, esta quimera, era lo único que le daba fuerzas para soportar la vida. Llegó otro día, no obstante, en que la angustia y el dolor no conocieron límites.
En efecto, como esperaba, vió salir al cabo á Plutón con la frente vendada y la lámpara colgada del brazo en disposición de marchar á la mina. Se adelantó á él sin ser visto y en cuatro saltos bajó por los prados á un sendero por donde forzosamente tenía que pasar el minero. Se ocultó detrás de un árbol y esperó. Pocos momentos después pasaba Plutón.
¿De modo que me estaré aquí hasta anochecida? No, porque tengo que hacer, tengo que salir...». ¡Don José puso una cara tan triste!... Sus ojos vivos se amortiguaron como la llama de la exhausta lámpara colgada delante del santo. «Tengo que hacer dijo Isidora, sacando una carta . Y usted me va a hacer el favor de llevar ahora mismo esta carta a Joaquín». Don José dio un gran suspiro.
Unas quince personas llenaban literalmente la estrecha salita y refluían hasta el comedor, en el que había unos platos con pastas y sandwichs, escoltados por unos vasos de agua de naranja y una tetera de metal blanco. Una lámpara colgada y unas cuantas bujías iluminaban toda la casa.
La condesa se empeñó en entrar; yo la seguí. La luz se filtraba con trabajo dentro del exiguo templo por dos ventanillas estrechas que más parecían grietas. Colgada frente al altar de la Virgen, chisporroteaba una lámpara de bronce.
Detrás de la mesa un sillón forrado de la misma tela que la silla que antes hemos visto, y detrás del sillón, y colgada de la pared, la cabeza disecada de un ciervo, sobre cuya profusa cornamenta descansa una linda escopeta de dos cañones, y debajo de la cabeza, y también colgados, un par de floretes, otro de caretas y un guante de esgrima.
¡Oh! ¡cuánto he sufrido, cuánto! Ayela anegada en llanto dice con voz amorosa. ¡Jamas he llorado tanto! ¡Jamas con igual espanto tu vuelta esperé afanosa! Y de su cuello colgada, besándole enloquecida, por las lágrimas velada la mirada enamorada, por la pasion encendida y en Ataide encarnizada;
Por fin, un día en que Ramiro llegó a sentir de modo insufrible el tormento del hambre, el anciano misterioso acertó a pasar a la hora del anochecer, llevando por delante, sobre la silla, un cesto pequeño lleno de hogaza y una ristra de cebollas colgada del hombro. Ramiro caminó hacia él, exclamando: ¡Dadme, por Dios, una cebolla y un poco de pan! El hombre prosiguió su camino.
Palabra del Dia
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