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Actualizado: 15 de junio de 2025
Carmen era más vehemente en sus peticiones, no usando de los eufemismos del apoderado. Debía retirarse en seguida; debía «cortarse la coleta», como decían los de su oficio, yendo a pasar la vida tranquilamente en La Rinconada o en la casa de Sevilla con los de su familia, que eran los únicos que le querían de veras.
Siempre que entraba en casa contemplaba horrorizado la misma visión; ya atravesada en el umbral de la puerta, ya tendida sobre mi lecho de oro, veía una figura extraña, de coleta negra y túnica amarilla, con un papagayo de papel entre las manos. ¡Era el Mandarín Ti-Chin-Fú! Yo entraba furioso con el puño levantado, pero todo desaparecía como por encanto.
El Nacional renunció a las más altas glorias de la tauromaquia. Banderillero nada más. Se resignaba a ser un jornalero de su arte, sirviendo a otros más jóvenes, para ganar un pobre sueldo de peón con que mantener a la familia y hacer ahorrillos que le permitiesen establecer una pequeña industria. Su bondad y sus honradas costumbres eran proverbiales entre la gente de coleta.
Aquí se atascó Diógenes, y rascándose la nariz con el cabo de la pluma, quedóse perplejo, hasta que añadió por fin al encabezamiento esta reverente coleta: «...muy respetada: Mañana sale de aquí para esa el perillán de Jacobito Sabadell, que lleva las de Caín, pues trata nada menos que de intentar una reconciliación con su pobre mujer Elvira.
A uno de ellos recordaba haberlo esperado en una estación, cerca de Córdoba, para pedirle un socorro cuando pasaba en el tren con su cuadrilla. Aquella tarde pudo comer gracias a la fraternidad generosa que existe entre la gente de coleta, y que impulsa a un espada de lujo principesco a alargar un duro y un cigarro al pilluelo astroso que da sus primeros capeos.
Y se bebió de un golpe la copa que le ofrecía la tabernera. Desde el camino, un grupo de chicuelos que venía siguiéndole mirábalo a distancia, lanzándole insultos. ¡Coleta!... ¡Tío del gabán! ¡Borracho!
De repente se levantó una gritería espantosa. Corrimos; era una cuerda de presos, que un soldado, de grandes lentes, empujaba con su quitasol, amarrados los unos a los otros por el extremo de la coleta.
Acudieron en su auxilio, y Gallardo se levantó cubierto de tierra, con un gran rasguño en el dorso del calzón, por el que se escapaba la ropa blanca interior, una zapatilla menos y perdida la moña que adornaba su coleta.
Coleta lo sabía de buena tinta: el administrador de El Pardo se desesperaba por no haber podido atrapar al Mosco, y los guardas, apenas cerraba la noche, preguntábanse por qué lado del inmenso bosque trabajaría aquel bandido.
Quiero decir... pero respóndeme en serio... quiero decir, si tal como estoy, con la tubería descompuesta... Ya lo creo, por poder... Eso te lo digo, porque después de eso, me decidiría a aceptar lo que propones, el retraimiento, cortar la coleta, etc... Mira, inocente, no te cuides de aumentar la especie. Mientras menos seres humanos nazcan, mejor. Para lo que vale esta vida...
Palabra del Dia
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