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Actualizado: 7 de julio de 2025


Departiendo despues amigablemente sobre el carácter de esta maravillosa ciudad, hemos convenido en que no extrañariamos que el mejor dia se levantara aquí un edificio suntuoso, con el título de PALACIO DEL MERCADO. Tal es la comezon que tienen los franceses por relucir, que no nos causaria sorpresa ciertamente que dieran un palacio á los conejos y á las perdices; á la manteca y á los huevos; á las coles, á las patatas y á los rábanos.

Un naranjero, que con su comercio portátil de naranjas, cacahuetes y caramelos largos, se había acercado al lugar de la pelea, aseguró haber visto al matador saltar la tapia de una corraliza inmediata a las huertecillas de coles y acelgas que rodean el arroyo. Fundada era la declaración del naranjero.

Era una patrulla de «colorados». El jefe habló con el mayoral. «¿Qué llevas ahí?» Y al saber que no llevaba otro pasajero que un pobre muchacho español, algunos jinetes avanzaron su cabeza por las ventanillas. «¡Ah, galleguito; «blanco» de mier... coles! ¡Déjate crecer el pelo para que te cortemos mejor la cabeza cuando seas grande!...» Lo decían riendo; pero yo, que sólo tenía trece años, me acurruqué en un rincón y deseaba meterme debajo del asiento.

No vus perdáis, muchachos; no vus perdáis dijo en tono conciliador el del herrero, interponiéndose. Ponte atrás, ¡coles! gritó el Majito . ¡Qué coles! Si no te pones atrás, verás... Que no me da la gana, hombre... Achúchale, achúchale dijeron algunos que querían ver reñir al Majito con el hijo del carbonero.

«¡Matacandileschillaron muchos, arrojando las armas y saliendo a recibir a los dos individuos, conocidos en la república de las picardías con los nombres de Zarapicos y Gonzalete. «¿A cómo? preguntó una voz. A cinco. ¡Qué coles!..., a cuatro. ¡A cinco! El que no cinco no chupa. Maldita sea tu madre..., ¡a cuatro!

Cuando en época de cosecha contemplaba el tío Barret los cuadros de distinto cultivo en que estaban divididas sus tierras, no podía contener un sentimiento de orgullo, y mirando los altos trigos, las coles con su cogollo de rizada blonda, los melones asomando el verde lomo á flor de tierra ó los pimientos y tomates medio ocultos por el follaje, alababa la bondad de sus campos y los esfuerzos de todos sus antecesores al trabajarlos mejor que los demás de la huerta.

Media docena de esos hombres de buen gusto, que á todo van á un baile más que á bailar, se hicieron las siguientes reflexiones: «Que la pasión de la danza tiene hondas raíces en la buena sociedad de este pueblo, es innegable: nosotros la hemos visto bailar sobre el húmedo retoño de las praderas, entre las coles y cebollinos de las huertas, sobre los guijarros de la Alameda y sobre los adoquines del Muelle; derretirse los sesos bajo un sol africano á las cuatro de la tarde, por llegar á las cinco á la romería y bailar en ella hasta las siete, volver después, al crespúsculo, medio á tientas, por callejas y senderos, y aliquando meterse en barro hasta las corvas..., y siempre impávidas, y siempre pidiendo ¡más!

Al oírse llamar con nombre tan infamante, Zarapicos, que era un rapaz honrado, aunque pobre, no pudo contener el ímpetu de su ira, y echando la mano al cuello del insolente Majito, le derribó en tierra, diciendo: «¡Figuerero!..., ¡coles!, ¡te deslomo!». Pero el Majito supo reponerse, sacudirse, levantarse, y, una vez en pie, sus manos alzaron un canto tan grande como medio adoquín.

Palabra del Dia

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