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Actualizado: 5 de junio de 2025


Supo que su hermano el jardinero había muerto, y que la viuda refugiada con su hijo en un desván de las Claverías, lavaba ropa para los canónigos. Esteban, el Vara de palo, le acogió después de tan larga ausencia con la misma admiración que cuando estaba en el Seminario.

Vivía con él su sobrina Mariquita, una fea, de facciones hombrunas y frescas carnes, venida de las montañas para cuidar al tío, de cuya riqueza y poder en la Primada se hacían lenguas en la aldea parientes y amigos. En las Claverías llevaba a maltraer a todas las mujeres, abusando de la autoridad absoluta de don Antolín.

En las Claverías ya estaban hartos de las rapacidades de aquel tío y los aires de gran señora que se daba la fea. Porque ellas fuesen pobres no iban a pasarse la vida temblando ante aquella pareja. ¡Dios sabe lo que harían el tío y la sobrina solos en su casa...! Un soplo de rebelión pasaba sobre aquel mundo adormecido. Era la influencia inconsciente de Gabriel.

Era un vencido; no podía prolongar la lucha. Sólo le restaba morir; pero la muerte misericordiosa acudía lentamente a su llamamiento. Pensó en su hermano, el único afecto que le restaba en el mundo. Recordó aquella familia tranquila de las Claverías entrevista en su último paso por la catedral, y fue en su busca como una última esperanza. Al volver a Toledo encontraba disuelta la familia feliz.

Salió al claustro, y puesto de codos en la barandilla contempló el jardín. Las Claverías parecían desiertas. Los niños que las animaban al comenzar el día estaban en la escuela; las mujeres, dentro de sus casas, preparaban la comida. En todo el claustro no había otra persona que él.

El Azul de la Virgen mostrábase indignado por este incidente que turbaba la calma del claustro y la beatitud de sus digestiones de servidor de la iglesia feliz y bien cebado. Era una vergüenza que aquel zapaterín se hubiese aposentado en las Claverías con su pobreza y todo el rebaño de hijos tiñosos y miserables.

Ahora nos juntamos en la torre decía el campanero . El Vara de plata ve con malos ojos nuestras reuniones, y hasta ha llegado a amenazar al zapatero con echarlo de las Claverías si continúan en su casa las tertulias. Conmigo no se meterá: ya conoce mi carácter. Además, si él manda en el claustro, yo mando en mi torre.

En su desesperación quería hacer responsable a alguien de la desgracia, y se fijaba en los más altos de las Claverías. Don Antolín no la había auxiliado con la más pequeña limosna; su remilgada sobrina apenas si había entrado a ver al pequeñuelo. A ella sólo le interesaban los hombres. El Vara de plata tiene la culpa gritaba la pobre mujer . Es un ladrón.

Lo mismo que de don Sebastián, habían hablado los canónigos de todos los arzobispos anteriores, lo que no impedía que después de muertos fuesen unos santos. Cuando sorprendía al Tato repitiendo en las Claverías los chismes de abajo, le amenazaba con toda su autoridad de jefe de la familia. Esteban se entristecía viendo el estado de salud de su hermano.

El escándalo estaba dado, y no quería agravarlo recogiéndola, haciendo entrar a una perdida en la Iglesia Primada, en la honrada casa de los Luna. Más de un año estuvimos en las Claverías como aplastados por este suceso.

Palabra del Dia

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