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Actualizado: 25 de mayo de 2025
La sed, una sed horrible que le hacía avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso vacío con un gesto de ansiedad no saciada, empezó a decrecer. Había visto en su delirio claros arroyos, ríos silenciosos e inmensos, a los que no podía llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad.
Pasaba una señora por entre las devotas, atrayendo la atención de éstas: una mujer alta, esbelta, de belleza ruidosa, vestida de colores claros y con un gran sombrero de plumas, bajo el cual brillaba con estallido de escándalo el oro luminoso de su cabellera. Gallardo la conoció. Era doña Sol, la sobrina del marqués de Moraima, «la Embajadora», como la llamaban en Sevilla.
Afortunadamente el público filarmónico oía la orquesta como quien oye llover. Emma entró en el salón después de ejecutado el primer número del programa; atrajo la atención por dos cosas; por su vestido carísimo y llamativo, y por venir colgada del brazo del alemán, del ingeniero Körner, un hombre gordo, alto, encarnado, de ojos de niño llorón, azules, claros, muy hundidos.
No habrá palabras, no habrá nada que pueda desvanecer el juicio que se forma al ver á un hombre que penetra á hurtadillas en la casa en que una joven está sola, y mucho más cuando estos juicios están formados después de antecedentes muy claros. Yo no he venido aquí á que usted me explique nada. No tengo duda, sino certidumbre, de la infamia que usted ha cometido.
¡Es Rafael! exclamó admirada, Rafaelito... ¿y has venido con este tiempo? ¿Y si te ahogas? ¿qué diría tu madre?... ¡Qué locura, Señor! Pero no era locura, y si lo era resultaba muy dulce. Se lo decían a Rafael aquellos ojos claros, luminosos, con reflejos de oro, que le acariciaron con su contacto aterciopelado tantas veces como osó levantar la vista.
Isidora, no obstante, comió con mediano apetito, y Miquis no hallaba en ella síntomas claros de enfermedad. Don José suspiraba a cada instante; iba y venía sin cesar de una parte a otra de la casa con gran desasosiego. Por la tarde, cuando Miquis, después de su tercera visita, se retiraba, D. José cuchicheó con él en la escalera.
El Vara de palo le miró con sus ojos claros que parecían de ámbar: unos ojos pasivos, de hombre acostumbrado a permanecer largas horas en la catedral sin que la más leve rebeldía de pensamiento llegase a turbar su inmovilidad beatífica.
Aquella misma noche aprovechó el momento en que Cecilia vino a encenderle el quinqué al despacho, para decirla risueño: ¿Tienes algo que hacer ahora, Cecilia?... ¿No?... Pues siéntate un momento, que voy a confesarte. La joven le miró con sus grandes ojos claros y suaves, donde se pintaba la sorpresa. Gonzalo la obligó a sentarse. ¿Tienes novio? la preguntó bruscamente.
También le cultivaba la memoria, descargándosela de fárrago inútil, y le hacía ver claros los problemas de aritmética elemental, valiéndose de garbanzos o judías, pues de otro modo no andaba ella muy a gusto por aquellos derroteros.
La razon de esto es porque el entendimiento llega á descubrir las verdades ocultas, si empieza á encontrar alguna conexîon de lo que busca é ignora, con lo que ya sabe, y tiene establecido. Y tenemos tambien de esto claros exemplos en el modo que usamos para aprender algunas Ciencias.
Palabra del Dia
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