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Actualizado: 6 de junio de 2025


Esta simple palabra fué seguida de una mirada de altivez, de superioridad aplastante, que pareció barrer todo cuanto la guerra había puesto de extraordinario en Martínez: el uniforme, las condecoraciones, las cicatrices gloriosas.

Era el momento conveniente, porque gran número de alemanes, casi todos estudiantes de filosofía, de derecho y de medicina, con las caras llenas de cicatrices a consecuencia de los duelos tenidos en las cervecerías de Munich, de Jena y de otras partes, y que luchaban contra nosotros en virtud de la promesa que se les había hecho de concederles ciertas libertades después de la caída de Napoleón; todos aquellos mozalbetes intrépidos trepaban asiéndose de pies y manos del hielo y trataban de saltar a las trincheras.

En la plaza del lugar, cerrada con carros y tablados, soltábanse toros viejos, verdaderos castillos de carne, llenos de costras y cicatrices, con cuernos astillosos y enormes; reses que llevaban muchos años de ser toreadas en todas las fiestas de la provincia; animales venerables que «sabían latín», tanta era su malicia, y habituados a un continuo toreo, estaban en el secreto de las habilidades de la lidia.

Al principio de su estancia en la clínica tenía los dedos hinchados y cubiertos de cicatrices; pero con el tiempo se fueron tornando insensibles, la piel se endureció, y cuando llamaba, se podía creer que sus dedos eran de piedra. Pomerantzev se creía obligado a charlar un poco con él siempre que le encontraba. ¡Buenos días, señor! ¿Sigue usted llamando?

Tenía el rostro lleno de cicatrices, señal indeleble, algunas de tremendas heridas, que lo desfiguraban por completo; faltábale además un ojo, y con tantas averías hubiera sido imposible reconocer en él al bizarro doncel que cuarenta años antes había sido el encanto de la corte inglesa por su valor, su fama y su presencia y el caballero predilecto de las damas.

En vano las segures cortadoras En su tronco se hundieron destructoras Sin conseguir sus ramas marchitar; Y aunque hollado por hondas cicatrices Estiende poderoso sus raices La América abarcando cual titan.

Es preciso que esté muy borracho, es preciso que tenga instintos verdaderamente malos o rencores muy profundos, para que atente contra la vida de su adversario. Su objeto es sólo marcarlo, darle una tajada en la cara, dejarle una señal indeleble. Así se ve a estos gauchos llenos de cicatrices que rara vez son profundas.

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