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La idea del cura en trusas y de peluca era tan chistosa, que me hacía reír a carcajadas. Entonces, exclamaba mi tía: ¡Tonta, bobeta! Y algunas otras lindezas por el estilo, que tenían el privilegio de ser tan parlamentarias como explícitas. El cura me miraba sonriendo y repetía dos o tres veces: ¡Ah juventud! ¡hermosa juventud!

Pero ¿qué cara es ésa, niño? ¿Dónde te has metido, lechoncillo?... Señores, miren ustedes qué cara añadió cogiéndole por la cabeza y presentándonoslo, sonriendo. ¿Habrá cosa más chistosa en el mundo? ¿No da ganas de comérselo? Y sucio y asqueroso como estaba, le repartió en el rostro unos cuantos besos.

Fortuna tuvo D. Narciso, pues en la disputa llevaba la de perder. Obdulia poseía una imaginación vivísima, y antes de haberse dado a la mística gozaba fama de alegre y chistosa entre sus amigas. D.ª Eloisa aprovechó la oportunidad para cambiar la conversación, que se había hecho peligrosa. Detrás de Cándida entró D.ª Teodora. Venía ésta acompañada de D. Juan Casanova.

Pensaba luego en la teoría chistosa de su padre sobre el complemento de la persuasión de que se valían el apóstol Santiago, los obispos de la Edad Media, D. Íñigo de Loyola y otros personajes, y no le parecía tan descabellada la teoría, arrepintiéndose casi de no haberla practicado.

D. Álvaro, en esta época, disfrutaba siempre de mejor humor, y solía, mientras presenciaba, sentado sobre la hierba, los trabajos de la gente, contarles alguna anécdota chistosa de su juventud ó dar un poco de cantaleta con pesadez cómica á alguno de sus criados. El conde de Trevia vió á Laura, como hemos dicho, á su vuelta de Francia.

Al principio halló chistosa la equivocación de su marido y se rió de todas veras, con placer semejante al que produce la representación de un grotesco sainete; pero la tenaz persistencia de la escultura en sus muecas y visajes le produjo un efecto muy raro.

La idea sería seguramente chistosa, pues se golpeó otra vez los muslos y se metió un puño en la boca para contener la risa. Lentamente las nubes se deslizaron por la montaña arriba, una ligera brisa cimbreó las copas de los pinos y aulló a través de sus largas y tristes hondonadas. La ruinosa choza, toscamente reparada y cubierta con ramas de pino, fue cedida a las señoras.

Cuando terminó y se alzó del asiento, Elena vino hacia él, se colgó de su cuello y dejó caer la cabeza sobre su pecho sin decir palabra. Así estuvieron unos instantes. Suavemente Reynoso la condujo al diván y la sentó sobre sus rodillas. ¿Y ahora estaba contenta? , , Elena estaba muy contenta; todo se le había pasado. Y volviendo repentinamente a su acostumbrada alegría comenzó a charlar con animada volubilidad. ¡Qué susto le había dado! ¿verdad? ¡Vaya una cara chistosa que había puesto cuando la vio aparecer! ¡Ni que fuera la estatua del Comendador!

No poca gente de Castilla pudiera ir por allá a aprender a hablar castellano, ya que no a pronunciarle. Sin adulación servil aseguro que la cordobesa es, por lo común, discreta, chistosa y aguda. Su despejo natural suple en ella muy a menudo la falta de estudios y conocimientos. Sus pláticas son divertidísimas. Es naturalmente facunda y espontánea en lo que dice y piensa.