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Actualizado: 9 de mayo de 2025
¿Ha tenido usted miedo, María Teresa? preguntó ansioso. Yo también. He temido un instante que el tul de sus mangas recibiera alguna chispa. No, no tengo nada, gracias, Juan respondió la joven. Luego miró riéndose a Martholl que venía hacia ella, y añadió, algo maliciosamente: ¿Qué ha ido usted a hacer cerca de la puerta, en vez de apagar este fuego artificial? Pues... llamaba al criado.
Finalmente, sólo el vértice es bastante alto para ver el sol, dominando la curva de la tierra; se ilumina como con una chispa: parece uno de esos prodigiosos diamantes que, según las leyendas del Indostán, fulguraban en la cumbre de las montañas divinas. Súbitamente desapareció la llama; desvanecióse en el espacio.
Dos años después un mendigo paralítico le gritaba en Buenos Aires: Adiós, mi general; soy el andaluz de Tucumán; estoy paralítico. Facundo le dió seis onzas. Estos rasgos prueban la teoría que el drama moderno ha explotado con tanto brillo, a saber: que aun en los caracteres históricos más negros hay siempre una chispa de virtud que alumbra por momentos y se oculta.
Siguió hablando, y á las pocas palabras se apagó la chispa alegre é irónica que danzaba en las pupilas de la Torrebianca. Sus ojos sólo expresaron un ávido interés, que fué creciendo por momentos. Moreno relató cómo Pirovani le había confiado toda su fortuna, nombrándole tutor de la hija única que tenía en Italia.
Ella dice que el mismo fuego necesita sustancia que lo nutra, que el mismo aire parece ser el alimento de la atmósfera, como la atmósfera parece ser el alimento del espacio. Dice que la chispa escondida dentro del pedernal necesita un golpe para salir; pero yo no puedo consolarme.
En los de ella ardió una chispa maliciosa, y con ademán súbito y desdeñoso arrojó el clavel que tenía en la mano debajo de las sillas. El conde se puso repentinamente serio; sus mejillas se colorearon. En aquel momento entró Manuel Antonio. La conversación se entabló alegre, indiferente. El conde guardaba, sin embargo, un resto de turbación.
Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella!
Ya Tieck dijo de este drama que hay en él mucha obscuridad, enredos y disensiones, intereses que se cruzan y antítesis que se desenvuelven con mucho ingenio; pero que se equivoca por completo quien espere encontrar en él una sola chispa del fuego amoroso de la tragedia de Shakespeare.
El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo tiempo que se incorporaba: ¡Prou!... ¡prou! Pero era ya inútil que gritase «¡bastante!» Un bulto se interpuso entre él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un salto.
Dispensa, Nanita; cuando uno es un hombre honrado, porque eso sí, a honradez nadie me gana... ¡ya la quisieran muchos para su uso personal! y uno es desgraciado... no hay razón. Todos no hemos de salir con mucha chispa en la cabeza o muchas uñas en las manos. ¡Qué pesado estás, Agapo! A ver, ¿qué te dió de almorzar la tía Silda? Pues la tía Silda... Hablando de la familia de Vargas, se animaba.
Palabra del Dia
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