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Adivinó que su hijo aún se acordaba de ella. «¡Y no poder traérsela!...» El padre rígido del año anterior se contempló con asombro al formular mentalmente este deseo inmoral. Pasaron un cuarto de hora sin soltarse las manos, mirándose en los ojos. Julio preguntó por su madre y por Chichí. Recibía cartas de ellas con frecuencia, pero esto no bastaba á su curiosidad.

Agradecía mucho la fidelidad de este hombre enfermo y humilde. Le conmovió el interés de la pobre mujer, que miraba el castillo como si fuese propio. La presencia de la hija trajo á su memoria la imagen de Chichí.

Chichí, en plena audacia sacrílega, escandalizó á sus primas declarando que no podía sufrir á los oficialitos de talle encorsetado y monóculo inconmovible, que se inclinaban ante las jóvenes con una rigidez automática, uniendo á sus galanterías una mueca de superioridad. Julio, bajo la dirección de sus primos, se sumió en el ambiente virtuoso de Berlín.

Ella, con su Chichí al lado, saludaba á las personas conocidas, cumplimentando luego á los novios. Otro día eran los funerales de un ex presidente de República ó cualquier otro personaje ultramarino que terminaba en París su existencia tormentosa. ¡Pobre presidente! ¡Pobre general!... Doña Luisa recordaba al muerto.

Chichí interrumpió con su presencia las dolorosas reflexiones de los dos. Había corrido hacia el automóvil y regresaba con una brazada de flores. Colgó una corona en la cruz; depositó un ramo enorme al pie de ésta.

A espaldas del padre y valiéndose de sus amistades había realizado en pocos días esta transformación. Como alumno de la Escuela Central, podía ser subteniente en la artillería de reserva, y había solicitado que le enviasen al frente. ¡Terminado el servicio auxiliar!... Antes de dos días iba á salir para la guerra. ¡ has hecho eso! exclamó Chichí . ¡ has hecho eso!...

Ahora no es como en el 70 decía, blandiendo el tenedor ó agitando la servilleta. . Los vamos á llevar á patadas al otro lado del Rhin. ¡A patadas!... ¡eso es! Chichí asentía con entusiasmo, mientras doña Elena elevaba sus ojos como si protestase silenciosamente ante alguien que estaba oculto en el techo, poniéndolo por testigo de tantos errores y blasfemias.

Uno de ellos era saludado con un rugido de entusiasmo al presentarse sin otro traje que una «combinación» interior de la señorita Chichí... Muchos gozaban un placer maligno al depositar los residuos digestivos sobre las alfombras ó en los cajones de los muebles, empleando para limpiarse los lienzos finos que encontraban á mano. El dueño la hizo callar. ¿Para qué enterarle de todo esto?...

Aunque la bestia quedase mutilada, volvería á resurgir años después, como eterna compañera de los hombres.... Para él, lo único importante era que la guerra le había robado su hijo. Todo sombrío, todo negro... El mundo iba á perecer... El iba á descansar. Chichí estaba subida en un montículo que tal vez contenía cadáveres.

Y Chichí, que se criaba vigorosa y rústica, desayunándose con carne y hablando en sueños del asado, siguió fácilmente las aficiones del viejo. Iba vestida como un muchacho, montaba lo mismo que los hombres, y para merecer el título de «gaucho fino» conferido por el abuelo, llevaba un cuchillo en la trasera del cinturón. Los dos corrían el campo de sol á sol.