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Actualizado: 7 de julio de 2025


Y pensemos que cuando a estas cosas llega la pasión de los hombres, ¿qué no será en aquellas otras que atañen muy de cerca a los grandes intereses y a los ideales perdurables? Azorín está sentado junto al balcón abierto de par en par. El aire es tibio; viene la primavera. El sol baña la plaza y pone gratos resplandores en las torres chatas de la iglesia. Todo calla.

La suntuosa catedral de Paris no tiene esos techos despejados, claros, altísimos, atrevidos y majestuosos de la catedral gótica: no tiene tampoco esas bóvedas aplanadas, casi chatas, esa atmósfera oscura, ese horizonte misterioso de la mezquita árabe; no tiene la esbeltez, la elegancia, la virilidad, la pompa sencilla y sublime del palacio griego y toscano.

Las niñas no dejan nada que desear desde el punto de vista de la educación: es cierto que los labios son un poco gruesos y las narices algo chatas, pero de una autenticidad indiscutible; allí no hay veloutine, ni crema de perlas que formen cutis apócrifos.

Sus brazos amarillos pasaban enormes fardos de las bodegas de proa y de popa a las chatas embarcaciones. Esta operación iba a prolongarse hasta la madrugada. Además de las mercancías, había que echar a tierra el enorme bagaje de la compañía de opereta: cofres de vestuario, decoraciones, equipajes de los artistas. Al entrar en su camarote, Ojeda experimentó la sorpresa de la inmovilidad.

Entre el muelle y el trasatlántico, un anchuroso espacio de bahía con gabarras chatas para el transporte del carbón abandonadas sobre su amarre y cabeceando en la soledad; vapores de diversas banderas, en torno de cuyos flancos agitábase el movimiento de la carga con chirridos de grúas y hormigueo de embarcaciones menores; veleros de carena verde, que parecían muertos, sin un hombre en la cubierta, tendiendo en el espacio los brazos esqueléticos de sus arboladuras; rugidos de sirenas anunciaban una partida próxima y otros rugidos avisaban desde el fondo del horizonte la inmediata llegada; banderas belgas que en lo alto de un mástil iban a las desembocaduras del Congo; proas inglesas que venían del Cabo o torcían el rumbo hacia las Antillas y el golfo de Méjico; buques de todas las nacionalidades que marchaban en línea recta hacia el Sur, en busca de las costas del Brasil y las repúblicas del Plata; cascos de cinco palos descansando en espera de órdenes, de vuelta de la China, el Indostán o Australia; vapores de pabellón tricolor en ruta hacia los puertos africanos de la Francia colonial; goletas españolas dedicadas al cabotaje del archipiélago canario y las escalas de Marruecos.

Palabra del Dia

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