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Actualizado: 9 de junio de 2025


La diversa condición y carácter de cada una estableció después notables diferencias. La chacha Victoria, alta, rubia, delgada y bien parecida, había sido, y continuó siendo hasta la muerte, naturalmente sentimental y curiosa.

Doña Antonia, mujer de D. José, y sus dos hijos, D. Francisco, de edad de catorce años, y doña Lucía, que tenía ya diez y ocho, acompañados de la chacha Ramoncica, recibieron con júbilo, con abrazos y otras mil muestras de cariño al Comendador, quien ya tenía por suya la casa solariega.

Cuando apenas tenía diez y ocho años, conoció y amó en una feria á un caballero cadete de infantería. El cadete amó también á la chacha, que no lo era entonces; pero los dos amantes, tan hidalgos como pobres, no se podían casar por falta de dinero.

Las cartas que escribió á su hermano D. José y á la chacha Ramoncica, que vivían aún, anunciándoles su vuelta definitiva y para siempre, fueron breves, aunque muy cariñosas. En cambio, escribió al P. Jacinto una extensa carta, que se conserva aún y que debe ser trasladada á este sitio. La carta es como sigue:

Vivió aún dos ó tres días con la herida mortal, y tuvo tiempo de entregar al asistente, para que trajese á su querida Victoria, un rizo rubio que de ella llevaba sobre el pecho en un guardapelo, las cartas y un anillo de oro con un bonito diamante. El pobre soldado cumplió fielmente su comisión. La chacha Victoria recibió y bañó en lágrimas las amadas reliquias.

Yo he insistido con la chacha Ramoncica para ver si lograba que Isabelita hablase conmigo por una reja: pero la chacha me ha explicado que esto es imposible. Isabelita duerme en un cuarto interior, para salir del cual tendría que pasar forzosamente por la alcoba en que duerme su madrastra, y apoderarse además de la llave, que su madrastra guarda después de haber cerrado la puerta de la alcoba.

¿Qué me taes, abuelita, qué me taes? preguntó, mirando con avidez a doña Paula, después de haberla abrazado por las piernas con tal ímpetu, que por poco da con ella en tierra. La muñeca, hermosa, que te ha arreglado la chacha. Muñeca no... muñeca pa Lalina... yo soy gande... yo quero un chocho. No tengo chochos aquí, vida mía respondió la abuela mirándola embelesada.

La pobre chacha Ramoncica había sido siempre pequeñuela y mal hecha de cuerpo, sumamente morena y bastante fea de cara. Cierta dignidad natural é instintiva le hizo comprender, desde que tenía quince años, que no había nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres á los hombres había en germen en su alma, ella acertó á sofocarlo y no brotó jamás. En cambio tuvo afecto para todos.

Por dicha o por providencia de la chacha, que todo lo había arreglado muy bien, D. Gregorio tropezó en la obscuridad con un banquillo que habían atravesado por medio y dio un costalazo, haciendo bastante estrépito y lanzando algunos reniegos. Pronto se levantó sin haberse hecho daño y se dirigió precipitadamente al cuarto de su mujer.

Llevándome de la mano me hizo subir a obscuras las escaleras y atravesar un largo corredor y dos salas. Luego penetró conmigo en una grande estancia que estaba iluminada por un velón de dos mecheros, y desde la cual se descubría la espaciosa alcoba contigua. La chacha se había valido de una estratagema infernal. Si antes me hubiera confiado su proyecto, jamás hubiera yo consentido en realizarle.

Palabra del Dia

rigoleto

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