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Actualizado: 22 de junio de 2025


Acababa de tomar café; estaba charlando con mi madre y mi hermana en esa pequeña galería de cristales que da a la huerta, cuando entró la Shele. Acudí a su encuentro, la pasé al despacho y cerré la puerta. Siéntate la dije. La muchacha se sentó y yo comencé el interrogatorio. ¿Hace mucho tiempo que estás en Aguirreche? , ya va a hacer mucho tiempo. ¿Cuántos años tienes? Diez y ocho.

En fin, temiendo que por este resquicio de mis flaquezas se me fueran colando otros aires aún más fríos y enervadores, cerré las puertas del discurso a toda reflexión contraria a lo convenido, y Alea jacta est, me dije, como César, resuelto a pasar a todo trance mi correspondiente Rubicón.

Puse otra vez los dos retratos y el estuche en el cofrecillo, éste en su lugar, cerré el armario, y no sabiendo adónde había ido Amparo, me resigné a esperar su vuelta con la menor impaciencia posible. Al pasar por su gabinete vi una carta abierta sobre un velador. Aquella carta era sin duda la que había causado la precipitada salida de Amparo. La leí y palidecí como ella había palidecido.

Cerré el ventanillo, me alejé taconeando y volví de puntillas.

Porque no te veia, una vez maldiciendo, otra llorando, la vista dirigia á la arboleda umbría, sólo de ruiseñores habitada, que, la intensa pradera atravesando, termina en el umbral de tu morada. Ya se iban apagando del ciclo azul los tornasoles rojos... Yo, el rostro contrayendo de rabia y de dolor, cerré los ojos y... ya nunca te aguardo maldiciendo.

Teresa continuó hablando con graciosa volubilidad. Parece mentira que seamos tan amigos ¿no es verdad? ¡Toma! porque me gustó V. mucho. Todavía cuando V. subió á llevármela estaba muerta de miedo y por eso cerré tan pronto la puerta... ¡Dichosa muñeca! Pues no debe V. tratarla mal; al contrario, debe V. conservarla como un recuerdo. ¿Sabe V. que tiene razón?

Todavía cuando V. subió a llevármela estaba muerta de miedo y por eso cerré tan pronto la puerta... ¡Dichosa muñeca! Me dio tal rabia que la tiré contra el suelo y la partí un brazo. Pues no debe V. tratarla mal; al contrario, debe V. conservarla como un recuerdo. ¿Sabe V. que tiene razón? Si no hubiera sido por la muñeca no nos hubiéramos conocido... ni sería V. mi novio;... porque tengo otro...

¡Vaya! exclamó. ¡Hemos concluido! El P. Solís quedará contento. Y volviéndose cautelosamente para ver si estábamos solos, agregó: ¿No lee usted ya? Ha tiempo que cerré el libro. ¿Qué hacía usted? Verla a usted. ¿Verme? ; admirar tanta belleza.... ¿Tanta belleza? Parece que el señor don Rodolfo se ha vuelto galante....

Faltaban pocos minutos para las cinco cuando desperté. Ya señora Juana andaba por la cocina disponiéndome el desayuno. Tía Pepa no salía aún de sus habitaciones. El «sur» soplaba furioso, y la campanita chillona de San Francisco sonaba alegremente, llamando a misa. Me vestí el famoso traje de charro, cerré el ropero, y cuando me dirigía yo al comedor, la tía Pepilla me detuvo. Rorró....

» Siéntate me dijo en cuanto me tuvo delante , y cierra esa puerta, porque tenemos que hablar despacio sobre cosas que no deben ser oídas. »Extrañome la advertencia; pero cerré la puerta y me senté sin decir una palabra. » ¿Sabes me preguntó en seguida , cómo ha quedado nuestro caudal a la muerte de tu padre?

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