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Vendré lo mismo; pero me tomaré tiempo para comer. Mi padre se lo llevó en seguida e hizo que le sirvieran una cena. Me quedé sola, cerré los ojos para que descansase mi dolorida cabeza, y me quedé dormida. Cuando desperté era de noche, y por la ventana abierta oía la voz de mi padre en el jardín y el ruido de sus pasos algo pesados sobre la arena.

Nada podía ver, pues la obscuridad lo cubría todo, pero yo sabía que era una tropa de cosacos que recorría la frontera. Entonces cerré los ojos y soñé: un grupo de jinetes avanza; a su cabeza viene el hijo del Rey, rubio y magnífico, sobre su blanco palafrén.

De repente tomé una resolución, cerré bruscamente la ventana, me puse precipitadamente una bata, y con mis zapatos en la mano me aventuré en el obscuro corredor. ¡Oh! ¡Cómo me latía el corazón, cómo me ardía la sangre en las sienes! Me tambaleaba, tuve que apoyarme en la pared. Por fin llegué a su puerta. Los pasos continuaban haciendo temblar el piso, pero el ruido sordo había desaparecido.

La muerte va con nosotros desde que nacemos. Yo siento sus pasos en esta casa vacía.... Esta casa que parece también estar muerta, toda silenciosa, toda fría, toda oscura, huérfana de la pobre alma.... ¡Yo no cerré sus ojos, ni besé sus manos de cera! ¿Por qué al menos no me esperasteis para dar tierra a su cuerpo? Se corrompía todo, señor. ¡Miseria de la carne! Los gusanos le corrían.

Cerré la puerta de mi gabinete, sentámonos los dos con la mesita entre ambos, y comencé a hablarle de esta manera: Ha de saber usted, amigo Neluco, que desde que volvieron a reinar el orden y el silencio en esta casa, después de muerto y sepultado mi tío, yo no en qué invertir las horas que me sobran dentro de ella... Me parecen interminables, no veo el modo de mejorarlas y me asusta lo porvenir con una perspectiva semejante.

Ahora me dije, él se le acercará, le tomará la mano y la mirará por largo rato en los ojos. ¿Me amas siempre? le preguntará, y ella, ruborizándose, con una mirada húmeda, se dejará caer sobre su pecho. Cerré los ojos y suspiré.

Supongo que si la señora Percival supiera que he venido sola aquí, me daría una grave conferencia sobre la impropiedad de venir a visitar a un hombre en sus habitaciones me dijo riendo, después que la saludé y cerré la puerta. Casi se puede decir que es la primera vez que me ha honrado con una visita, ¿no es así? Y me parece que no necesita inquietarse mucho por lo que piense la señora Percival.

Rodeé la cintura de Sarto con mi brazo y sosteniéndole le hice salir del sótano, cuya destrozada puerta cerré lo mejor que pude. Permanecimos en el comedor, sentados y silenciosos unos diez minutos. Después el viejo Sarto se frotó los ojos, dio un profundo suspiro y pareció recobrar su calma habitual.

Ese pensamiento, que se despertó de pronto en mi cerebro, esparció en él una oleada de luz tal, que cerré los ojos como cegada. Y luego de nuevo gritar en : «¡Marta morirá y será tu deseo lo que la habrá muertoApreté los dientes y apoyándome en la pared me arrastré hasta el cuarto de la enferma.

A veces se paran á mirar pa dentro, y me temo que si viene Pascual y los ve se va á armar una ... ¡porque tiene un genio! ... se creerá que vienen por mi ... porque como es una así ... tan guapetona ... Cierre usted la puerta. Ya cerré. Clara se quedó pálida como un difunto.