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Actualizado: 10 de mayo de 2025


A la última había renunciado; no a la primera, que seguía adorando con el mismo pudibundo y candoroso culto de los treinta años. Ni un solo vetustense, aun contando a los librepensadores que en cierto restaurant comían de carne el Viernes Santo, ni uno solo se hubiera atrevido a dudar de la castidad casi secular de don Cayetano. No era eso.

El deber, el deber... es cumplir con la gente, ¡Fermo! ¿Y por qué se le ha antojado al espantajo de don Cayetano encajarte ahora esa herencia? ¿Qué herencia? De Pas daba vueltas en una mano al sombrero de teja, de alas sueltas, y se apoyaba en el marco de la puerta, indicando deseo de salir pronto. ¿Qué herencia? repitió.

Pero, claro, con los años se ha ido haciendo un poco tumbón... ¡Pero como inteligente!... lo que es como inteligente, ni Cayetano ni San Cayetano le ponen el pie delante. Terminada la disputa, comenzó a hablarse de los toreros en boga. Los pollastres aficionados, y Enrique también, creyeron halagar al Cigarrero rebajando el mérito de ellos.

Pero el pobre don Cayetano había caído en su lecho para no levantarse. Allí vivió, siempre contento, dos años más. Acabó su peregrinación en la tierra cantando y recitando versos de Villegas.

Lo cierto era que la historia del barítono, desfigurada por él en su narración cuando le convino, podía resumirse en lo siguiente: Cayetano Domínguez era natural de Valencia; había asistido en su infancia a los azares de la miseria, que aspira a convertir en industria la holganza y no lo consigue, sino con intervalos de negras prisiones y en perpetua lucha con el Código penal y los agentes de su eficacia.

Los tiernos esposos recibieron la bendición nupcial en la hermosa iglesia de San Cayetano, que hace esquina a la calle del Oso, y el encargado de darla fue el Padre Carantoña, de la orden dominica, grande amigote del desposado.

I. Verdadera relación de la conquista del Perú, por Francisco de Xerez, uno de los primeros conquistadores, reimpresa según la primera edición hecha en Sevilla en 1534, en Madrid, en la imprenta de Juan Cayetano García, 1891. En 8.º rústica, con 174 páginas, 2 pesetas. II. Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas, por el P. Christóval de Acuña, de la Compañía de Jesús.

Don Cayetano, que sabía ponerse serio, llegado el caso, procuró convencer a su amiguita de que su piedad, si era suficiente para una mujer honrada en el mundo, no bastaba para los sacrificios del claustro. «Todo aquello de haber llorado de amor leyendo a San Agustín y a San Juan de la Cruz no valía nada; había sido cosa de la edad crítica que atravesaba entonces.

3 También se ama en el abismo, de D. Agustín de Salazar. 4 Los muzárabes de Toledo, de Juan Hidalgo. 5 La gala del nadar es saber guardar la ropa, de Don Agustín Moreto. 6 Olvidar amando, de D. Francisco Bernardo Quirós. 7 Las tres edades del mundo, de Luis Vélez de Guevara. 8 Del mal lo menos, de un ingenio de esta corte. 9 Vida y muerte de San Cayetano, de seis ingenios de esta corte.

Con usted no va nada, don Cayetano o don Fuguillas; usted podrá ser un viejecito verde, pero no es un... un Magistral... un Provisor... un Candelas eclesiástico.

Palabra del Dia

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