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Actualizado: 10 de junio de 2025


V., como ejemplo, la que lleva el título de Vida y muerte de San Cayetano, de seis ingenios de esta corte, en el tomo XXXVIII de la gran colección de las Comedias nuevas escogidas. Rubricado de la Real mano de S. M. Madrid á 1.º de enero de 1653. Al Vicecanciller de Aragón

Y así preparaba las elecciones, buscando votos para un porvenir lejano, según frase picaresca de D. Cayetano Ripamilán, siempre dispuesto a perdonar esta clase de extravíos. La tertulia de la Marquesa veía el cielo abierto en cuanto el tiempo se metía en agua.

¿El secretario del señor obispo está arriba? preguntó al más próximo. ¿D. Cayetano?... , señora, arriba está respondió uno de los más lejanos. ¿Podría hablar unas palabras con él? ¿Por qué no?... Le avisaré... Suba usted conmigo. Ascendieron ambos por la sucia escalera de D. Miguel, pues ni por la llegada del prelado se había limpiado. Tenga usted la bondad de aguardar un momento.

Aquel era el sujeto del sacrificio, como diría don Cayetano. Ana Ozores depositó un casto beso en la frente del caballero. Y sintió vehementes deseos de verle, de besarle en realidad como al cuadro disolvente. Mala hora, sin duda, era aquella. Pero la casualidad vino a favorecer el anhelo de la casta esposa.

Don Cayetano contuvo su verbosidad, comprendió que algo deseaba decirle el Magistral, que estorbaba Glocester; recordó de repente que él también quería hablar al Provisor, y como en casos tales no se mordía la lengua, cortó la conversación diciendo: ¡Ah! ¡pícara memoria! don Fermín, una palabra, con permiso del señor Arcediano... es decir, no es una palabra, tenemos que hablar largo... son intereses espirituales.

El pobre don Cayetano era hombre de algún talento para ciertas cosas, para lo formal, para las superficialidades de la vida mundana; pero ¿qué sabía él de dirigir un alma como la de aquella señora? Don Fermín no perdonaba al Arcipreste el no haberle entregado mucho antes aquella joya que él, Ripamilán, no sabía apreciar en todo su valor.

«Ana, la hija de la modista, había caído en cama; estaba sola, en poder de criados; no había más remedio que ir a recogerla. Ante aquella muerte concluían las diferencias de familia». «Muerto el perro se acabó la rabia», había dicho uno de los nobles de Vetusta. Doña Anuncia y don Cayetano encontraron a la joven en peligro de muerte.

Si Caytano se huye, e que está mu castigao, el probesico ya se va pa Viyavieha como yo... Pero diga usté que , D. Luisito... cuando le sale un toro de verdá, ¡Caytano superió! Vamos, con Cayetano todavía transijo dijo Enrique.

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