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Actualizado: 29 de noviembre de 2025


Vamos, Juanillo, haz un esfuerzo; llegaremos pronto al puesto... ¿Pero señor, dónde se meten los coches...? Ni uno sólo cruza por aquí... Allá lejos veo uno... ¡gracias a Dios!... ¡Se aleja el maldito!... Aquí está otro... éste ya es mío. A ver cochero... cinco duros si V. nos lleva volando al hotel número diez de la Castellana...

Dedicado con amor desde mis juveniles años al estudio de la poesía castellana, he leído las obras de todos los dramáticos españoles de alguna importancia, y el número de comedias que he adquirido con dicho objeto, asciende á muchos millares.

La otra tarde fue de las que estuvieron en la Castellana con mantilla blanca y peineta para hacer rabiar a los Reyes. ¡Qué porquería! A la Reina me da lástima. Hija, ¿qué quieres? ¡como la de Rodete fue azafata de doña Isabel!

De aquí se infiere que nuestra gran literatura nacional trilingüe, castellana, catalana y portuguesa, nació ó retoñó en estos idiomas vernáculos, de su antigua raíz y tronco cristianos y latinos: raíz y tronco firmemente plantados en nuestro suelo. Y si algo de fuera, si algo extraño vino á ayudar ó á fomentar el reverdecimiento de esta literatura, vino de Francia y de Italia, y no de la morería.

El contagio de la rebelión se apoderaba de algunos oyentes. Marcos López, cura de Santo Tomé, aseguraba que Santiago Apóstol se le había aparecido una noche diciéndole que, si la nobleza castellana no volvía por el respeto de sus fueros, España estaba perdida.

No hay motivo, pues, para recelar la desaparición en el nuevo continente de la lengua castellana, a no ser que los actuales habitantes o ciudadanos de las nuevas repúblicas se consideren, con humildad profundísima, tan pobres de ser propio que vengan a sobreponerse a ellos y a hacerles olvidar el habla de sus padres, o bien los indios indígenas, o bien los emigrantes italianos, franceses o alemanes, que acudan en busca de trabajo y de bienes de fortuna.

Tenía invitados para el principio de la estación de la caza, a un gran número de amigos, entre otros a los señores de Monthélin, Hermany, de la Jardye y Saville, con los cuales la señora de Maurescamp llenaba perfectamente bien los deberes de castellana, con gracia y aun con alegría.

Pusiéronse los amigos de por medio, alborotose el café, rompiéronse algunos vasos: al día siguiente de madrugada efectuábase el duelo más allá de la Fuente Castellana, y el campeón de la de Córdoba caía al suelo revolcándose en su propia sangre.

Para seguir el carruaje de su amante entre la balumba de ellos en los paseos del Retiro y la Castellana compró un bonito caballo, después de dar previamente algunas lecciones de equitación.

Llegó al fin la ocasión, y Pepe volvió a trabajar por las mañanas en el hôtel de la Castellana. Era ya cerca del medio día. El balcón del cuarto de los libros estaba abierto, las persianas caídas, y el sol, penetrando por entre sus listones, formaba sobre la fina estera de junquillo un dibujo a rayas blancas y negras.

Palabra del Dia

vengado

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