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Abríase ante ellos la Ribera de Curtidores, con su declive tan rudo, que las últimas casas tienen sus tejados al nivel del arranque de la calle. Por encima de las cubiertas de las Américas veía Feli la ondulación de los cerros amarillentos, la llanura castellana, de suaves hinchazones, con su sequedad que acusa los objetos a luengas distancias.

Yo no conozco ni en la literatura antigua castellana, ni en la moderna, cuadro de tan honda y conmovedora impresión como la que dejan en el ánimo las últimas páginas de La Leva y de El Fin de una raza. ¡Y de autor capaz de tal grandeza en los afectos, han osado decir algunos que no sabe herir las fibras del alma!

En el coche, la mortecina luz de la lamparilla cae sobre los cuadros, rojos, azules, negros, de una manta, resbala sobre la uniformidad parda de la pañosa castellana, se desliza, medrosa, entre las largas y argentadas hebras de la barba del anciano. Cruzamos vertiginosos ante una estación, y se oye un largo campanilleo, que se pierde rápidamente; luego aparece, desaparece un faro verde.

Y aquella vida galante de la corte le producía cierto deslumbramiento como los fulgores de un sueño feliz. Cuando había estado en Madrid, su cualidad de provinciana rica, no le había consentido gozar más que de los teatros, de los paseos en coche por la Castellana, de las tiendas y las calles. De la corte, de sus saraos y regocijos, había permanecido tan distante como en Sarrió.

»Item, que nadie lea sus versos en idioma de jarabe, ni con gárgaras de algarabía en el gútur , sino en nuestra castellana pronunciación, pena de no ser oídos de nadie.

Lo absurdo y lo indisculpable fuera en , que no pido ni puedo pedir en estas soledades agrestes las óperas del Teatro Real, ni los salones del gran mundo, ni los trenes lujosos de la Castellana, exigir a estos pobres campesinos la elocuencia de nuestros grandes tribunos, las habilidades de nuestros políticos y el saber de nuestros doctores y académicos.

Juanito Albares, como le llamaba amistosamente Perico, era duque, grande de España dos o tres veces, marqués y conde no cuántas; dato que es muy digno de ser tenido en cuenta por los biógrafos del elegante Gonzalvo. ¿Dónde tiene usted los ojos, hombre? exclamó Lucía con su franqueza castellana . ¡Valor se necesita para decir eso!, es hermosísima la sueca; en cualquier parte, emboba a la gente.

De dónde sea dicha comedia, y por qué, son tantas opiniones, que es una confusion. Cuanto á los géneros de comedia: á parece que bastarian dos para en nuestra lengua castellana: comedia á noticia y comedia á fantasía. A noticia se entiende de cosa nota y vista en realidad de verdad, como son Soldadesca y Tinellaria.

Enterado por su amiga Isabel Mazacán de la orden del día dada por el marqués de Butrón en la casa de Currita, apresurábase a poner en conocimiento de la primera autoridad de la provincia la manifestación de mantillas y peinetas que las damas de la aristocracia preparaban para aquella tarde en la Fuente Castellana.

El nombre de este bisayo poeta y un fragmento de composición, nos salen al encuentro en el folleto de W.E. Retana, "De la evolución de la Literatura Castellana en Filipinas. Los Poetas". Se copia el fragmento, reminiscencia de Bécquer, como una muestra más de poesía española pulsada en lira tagala. Un triste silencio reinaba en la estancia.