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Actualizado: 7 de octubre de 2025


«Ya vuessas mercedes sabrán, como el Padre Santo y Cardenales avian concedido en la Rota que la Inquisicion de ese reino se diese por privilegios, que los reyes de Portugal havian concedido; y que si el reino fuese de esto contento, se mandasse á los obispos que guardasen el derecho comun, que es lo mas justo y seguro: y que á los presos no se podia dar perdon de ningun modo, sino que remitidos á los obispos juzgarian sus causas, delante de los cuales alegarian las nulidades de los presos, sin quedar relapsos, mostrando los inconvenientes, que habia en tanto número, que la miseria mantenia, y á quien los obispos eran sospechosos: así porque de ellos vienen á ser inquisidores, como porque como ministros del rey han de mirar por su honra, condenando los presos, cuyo número los haze huir, y dudar de dar perdon al Reyno.

A ratos se oía el «meee» tembloroso de algún corderito afligido; el silbar, agudo y breve, de los cardenales bajo el corredor; la carcajada burlona de los «pirinchos» y el trueno retumbante y sordo de una gran tormenta que avanzaba lentamente, como llevada por viejos bueyes cansados.

El Padre Santo aguardó la Embajada y la vio venir desde el balcón principal de la Mole Adriana o Castillo de Santángelo, donde se parecía cercado de cardenales, príncipes y altos dignatarios.

Lo primero llenaría el Colegio de Cardenales de su religion, y por este camino se perpetuaría en ellas el pontificado: secundariamente, gobernándose ellos por sus intereses y teniendo el apoyo y brazo del Papa, podian poner en peligro los estados de muchos príncipes, particularmente de los mas vecinos.

Pero al ponerle una de las veces la mano en la cara observó, con sorpresa, que la humedad que le mojó los dedos era caliente. Comunicada esta observación con su antagonista, y como quiera que ya habían llegado a las primeras casas de la ciudad, metieron a la niña en un portal, encendió el barón un fósforo y la reconocieron. Tenía todo el rostro bañado de sangre, que manaba de algunos profundos arañazos, las manos cubiertas de cardenales. Los dos héroes se miraron aterrados, y la misma ola de indignación encendió sus mejillas. El barón dejó escapar una serie de imprecaciones fulminantes.

Pero algunas cigarreras, mejor informadas, se echaron a reír: ¿dolor de muelas?, ¡ya baja! Era que su marido la solfeaba todas las noches, y ella, por tapar los tolondrones y cardenales, se empañicaba así; también una vez se presentó arrastrando la pierna derecha y diciendo que tenía reúma, y la reúma era un lapo atroz sacudido por él.

Ya que estuve medio bueno de mi negra trepa y cardenales, considerando que a pocos golpes tales el cruel ciego ahorraría de , quise yo ahorrar dél; mas no lo hice tan presto, por hacello más a mi salvo y provecho.

Luego vienen ángeles cantando, que traen cinco timones con cinco llagas para dirigir una barca; también aparece el barquero infernal con su navecilla; la muerte arrastra Papas, cardenales, arzobispos, emperadores y reyes, los cuales al fin, y á pesar de las protestas de Caron, son llevados por los ángeles al paraiso.

Por lo pronto, este siglo XX empieza para los factores de milagros por fuerzas sobrenaturales con una disminución de sesenta millones de francos en la sola Francia, que fue siempre el granero principal del vicario de Dios en la tierra, y que hoy, sólo con cerrarle la bolsa del Estado, ha puesto a los cardenales a medio sueldo en Roma.

» me contestaron, Teobaldo Cecci, obispo de Nola, el más joven de los cardenales y el último nombrado por el Papa Benito. La influencia de la Reina le ha hecho alcanzar tan alta dignidad, que merece por su piedad y su talento. »Yo quedé asombrada. Todo lo que veía, todo lo que oía, teníalo por cosa de magia.

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