Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 21 de junio de 2025


Nadie podía imaginar quién era la persona que tan bien cantaba, y era una voz sola, sin que la acompañase instrumento alguno. Unas veces les parecía que cantaban en el patio; otras, que en la caballeriza; y, estando en esta confusión muy atentas, llegó a la puerta del aposento Cardenio y dijo: -Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta que encanta.

La luz de la tarde, filtrándose por los ventanales, extendía sobre el pavimento grandes manchas tornasoladas. Los sacerdotes, al pisar esta alfombra de luz, aparecían verdes o rojos, según el color de las vidrieras. En el coro cantaban los canónigos para ellos mismos en la triste soledad del templo.

Ahora cantaban arriba. Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.

Los sapos cantaban en los prados, el viento cuchicheaba en las ramas desnudas, que chocaban alegres, inclinándose, preñadas ya de las nuevas hojas; y Ana, apoyándose tranquila en el brazo fuerte del mejor amigo, olfateaba en el ambiente los anuncios inefables de la primavera. De esto hablaban ella y Frígilis.

Los pobrecitos presos, agarraos a las rejas, como si fuesen malas bestias, le cantaban al Señó unas cosas muy tristes, unas saetas hablando de sus jierros, de sus penitas, de la madre que lloraba por ellos, de sus hijitos que no podían besar.

Eran todas niñas de cinco a diez o doce años, que vivían aparte ocupando las habitaciones de la fachada. Comían antes que las otras en el mismo comedor, y bajaban a la huerta a hora distinta que las Filomenas. Toda la mañana estaban las niñas diciendo a coro sus lecciones, con un chillar cadencioso y plañidero que se oía en toda la casa. Por la tarde cantaban también la doctrina.

Pasó un año, y emperador, corte y país conocían como cosa de mismos cada gorjeo y vuelta del «pájaro continental»; y como que lo podían entender, lo declaraban magnífico ruiseñor. Cantaban su vals los cortesanos todos. Y los chicuelos de la calle. Y el emperador lo cantaba también, y lo bailaba, cuando estaba solo con su vino de arroz.

El piso bajo, ventilado solamente dos veces al mes por el jardinero, que al mismo tiempo era conserje, olía á humedad. Pero las ventanas daban á una gran pradera á la que servían de marco hermosas arboledas, y á lo lejos, más allá de la llanura, los bosques comunales de Saint-Victor extendían sus ramas sombrías en las que cantaban los melancólicos cucos.

Muchas veces, en el mes de Mayo, cuando pasaban Tellagorri y Martín por la orilla del río, al cruzar por detrás de la iglesia, llegaba hasta ellos las voces de las niñas, que cantaban en el coro las flores de María. Emenche gauzcatzu ama Escuchaban un momento, y Martín distinguía la voz de Catalina, la chica de Ohando. Es Cataliñ, la de Ohando decía Martín.

¡Cuánto han hablado esos hipócritas del hecho del cura de Tamajón, acusando al pueblo de que se hacía justicia por solo! ¿Pues qué había de hacer el pueblo, si veía que el Gobierno permitía la conspiración constante del Palacio real, y encarcelaba á los buenos liberales porque cantaban el Trágala?

Palabra del Dia

ayudantes

Otros Mirando