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Actualizado: 21 de junio de 2025
Pues ha de saberse que en tal lacería de teatro se representaban los mismos dramas y comedias que en el del Príncipe y se cantaban las óperas que en la Scala de Milán. ¿Parece mentira, eh? Pues nada más cierto. Allí ha oído por vez primera el narrador de esta historia aquellas famosas coplas: Si oyes contar de un náufrago la historia, Ya que en la tierra hasta el amor se olvida...
Los mozos y las mozas se dirigían en los intermedios del canto palabras sueltas y se daban leves empellones á guisa de caricias, no siendo al parecer estos requiebros de hombros los que menos estimaban las doncellas de sus galanes. Todos cantaban maquinalmente y sin darse cuenta del drama sombrío que se iba desenvolviendo en su romance.
Las mujeres, que iban subiendo al cielo, cantaban; y D. Fadrique oía, á través del ambiente tranquilo, los últimos versos del himno, que decían: Mors piavit, mors sanavit Insanatum animum Con estos dos versos en la mente se despertó D. Fadrique. Apenas se hubo vestido, oyó que daban golpecitos á la puerta. ¿Quién es? preguntó? Soy yo, tío dijo la dulce voz de Lucía.
A lo lejos los mismos gritos, el mismo chirriar de ruedas: cantaban las ranas en una charca inmediata; en los ribazos alborotaban los grillos, y un perro aullaba lúgubremente allá en las últimas casas del pueblo. Los campos hundíanse en los vapores de la noche.
Mucho le gustaban los domingos, con su libertad para levantarse más tarde, sus horas de holganza y su viajecito á Alboraya para oir la misa; pero aquel domingo era mejor que los otros, brillaba más el sol, cantaban con más fuerza los pájaros, entraba por el ventanillo un aire que olía á gloria: ¡cómo decirlo!... en fin, que la mañana tenía para ella algo nuevo y extraordinario.
Debía pasar por allá a celebrar una Junta como consejero, y de paso ningún trabajo le costaba hacerlo efectivo. Salió a pie como era su costumbre por las mañanas. En las hermosas coníferas que bordaban los caminos del jardín-parque cantaban alegremente los pájaros. Se comprendía que no habían puesto fianza alguna y la habían perdido.
Ya se hacían tres jornadas Y echaban restos en ellas; Cantaban á dos y á tres Y representaban hembras.
Fuera resonaba la escoba cantante de una barredora inteligente, cantaban pajarillos y cacareaban las gallinas. Un gallo ronco lanzaba, de tiempo en tiempo, su canto de ensoberbecido sultán.
Escuchó largo tiempo y no oyó otra cosa que el lamento dulce y melancólico de los sapos que cantaban al borde del camino. Descendió de su observatorio y llegó a gatas hasta el balcón, tan pronto bajando la cabeza para no ser visto, tan pronto levantándola para ver y oír. Volvió al sitio de donde el miedo le había arrojado y se aseguró de que Honorina dormía aún.
No había quien se lo discutiese al Lobato; lo había oído mil veces, y dudar de esto era llamarle embustero, exponiéndose a sentir el peso de sus manazas. Y así como cantaban los reptiles, hablaban los toros; sólo que él no había llegado a penetrar todos los misterios de su idioma. Eran a modo de cristianos, aunque andaban a cuatro patas y tenían cuernos.
Palabra del Dia
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