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Gautier, de P. de Saint-Victor, y ¿por qué no decirlo? del escritor italiano a quien tanto festéjase ahora en Buenos Aires: De Amicis. Es ante todo y sobre todo, estilista. Creo que hay mucho de eso en Cané, pero por cierto no es el sentimentalismo lo que campea en su libro, sino que hay mucha ¿demasiada? grima en juzgar lo que ve y hasta lo que hace. Cané lo confiesa en su carta.

El piso bajo, ventilado solamente dos veces al mes por el jardinero, que al mismo tiempo era conserje, olía á humedad. Pero las ventanas daban á una gran pradera á la que servían de marco hermosas arboledas, y á lo lejos, más allá de la llanura, los bosques comunales de Saint-Victor extendían sus ramas sombrías en las que cantaban los melancólicos cucos.

Tales son Bourget, Richepín, Taine, Renán, Littré, Claudio Bernard, Flaubert, Pablo de Saint-Víctor y Víctor Hugo. Aunque yo no he leído ni estudiado detenidamente todo cuanto dichos autores han escrito, conozco de ellos lo bastante para tributarles el más rendido homenaje de mi admiración, poniendo sobre todos a Renán como prosista, y a Víctor Hugo como poeta.

Teófilo Gautier al ver las Meninas, por primera vez, como si confundiese lo real con lo pintado, preguntó: «pero, ¿dónde esta el cuadroPablo de Saint-Victor contó en él hasta tres atmósferas distintas: Lefort dice: que es la última palabra de la pintura realista y textual: Stirling afirma que allí Velázquez «parece haberse anticipado al descubrimiento de Daguerre y tomando un grupo reunido en una cámara, lo ha como por magia impreso para siempre en el lienzo»: Stevenson dice que esta obra «es cosa única y absoluta en la historia del arte».

D. Baltasar volvió sin resolución ni desengaño, y en la ausencia había pasado el suplicante de la estrechez á la miseria por más y más humildes habitaciones en la calle del Temple y faubourg Saint-Victor . En 1608 se mudó á la calle de la Cerisaie, cerca del Arsenal y de la iglesia de San Pablo; á ésta iba frecuentemente á demandar á Dios el consuelo que los hombres le negaban , y en el tiempo que los achaques y las oraciones no exigían, entretenía el espíritu ejercitando la pluma siempre activa.

El oro acumulado por el mercantilismo de las repúblicas italianas «pagó según Saint-Víctor los gastos del renacimiento». Las naves que volvían de los países de Las mil y una noches, colmadas de especias y marfil, hicieron posible que Lorenzo de Médicis renovara, en las lonjas de los mercaderes florentinos, los convites platónicos.