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Actualizado: 7 de julio de 2025
Por eso, una crítica justa a pesar de que el señor Cané ha dicho que es la «que más difícilmente se perdona, como los palos que más se sienten son los que caen donde duele» en este caso, puede con leal imparcialidad tributar cumplido elogio al escritor que se ha revelado humorista de buena ley, confirmando su vieja reputación de estilista brillante.
Oída la acusación y la defensa, puede, pues, abrirse juicio sobre el valor del libro. Crítico y criticado parecen estar de acuerdo acerca de algunos defectillos, disienten en otros, y parecen no haber querido recordar el verso clásico: Ni cet excés d'honneur, ni cette indignité Cané es un estilista consumado.
El que eso ha escrito no es sólo un estilista, un Vanderbilt del idioma, es más aún; es un humorista, legítimo discípulo de Sterne, lector asiduo quizá del Tristam Shandy. Esa fácil ironía, ese buen humor inagotable, esa fuerza superior de sarcasmo, por momentos alegre, sonriente, burlón, en una palabra «esa rapidez de impresiones y esos contrastes siempre nuevos, son el secreto del humorista».
Gautier, de P. de Saint-Victor, y ¿por qué no decirlo? del escritor italiano a quien tanto festéjase ahora en Buenos Aires: De Amicis. Es ante todo y sobre todo, estilista. Creo que hay mucho de eso en Cané, pero por cierto no es el sentimentalismo lo que campea en su libro, sino que hay mucha ¿demasiada? grima en juzgar lo que ve y hasta lo que hace. Cané lo confiesa en su carta.
En aquellas 5 o 6 páginas, dice un crítico, se hallan reunidas, amalgamadas hasta la cuarta potencia, todas las cualidades de De Amicis: la sutileza del observador, el vigor del colorido, la elegancia del estilista, y, junto con todo esto, aquella variedad, abundancia y riqueza archimillonaria del idioma, por lo cual es verdaderamente descollante.
Es siempre pintoresco, bueno, lleno de sana alegría, como si se hubiera propuesto curar la melancolía ingénita de nuestro pueblo, imbuido de tristeza romántica. Dijérase que la forma le preocupaba bien poco. Llenos están sus libros de desaliño sobre todo los primeros, en que hasta la gramática se resiente en un cierto agradable desgaire. Álvarez no es un estilista.
¿Quién hace caso de ese señor? decía Visitación la del Banco un hombre cerril; santo, eso sí, pero montaraz. En fin, ¡un hombre que me echó a mí de la sacristía de Santo Domingo siendo yo tesorera del Corazón de Jesús! Un hombre así aseveraba Obdulia debía pasar la vida sobre una columna.... Como San Simón Estilista acudió Trabuco, que estaba presente.
Palabra del Dia
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