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Actualizado: 5 de julio de 2025


El momento era crítico; la Naturaleza rugió con toda su indómita fiereza; sentía el calor de su rostro sobre el mío, su cuerpo tibio sobre mi pecho; sus lágrimas de fuego caían sobre mis labios, su piel candente me quemaba, perdí la razón por un momento, abrí los brazos, se me nublaron los ojos y en un segundo de locura, bramando de cólera y de pasión, me iba a arrojar sobre aquella mujer como en un precipicio, cuando un relámpago de la razón iluminó mi frente y pude detenerme en el borde del abismo a que me había arrastrado un instante la fuerza estúpida de la carne.

Una de esas casas, en cada una de las cuales tiene abierta una candente y luminosa página el mundo. Donde las mujeres se presentan tales cuales son, arrojada la careta del decoro. Donde los hombres hacen gala de sus vicios. Yo no gozaba allí; pero estaba mejor que en otras partes, porque allí al menos veía claro, y no estaba obligado a fingir ni a violentarme.

Has querido curarme de mi ambición desesperada. Duro ha sido el remedio. Como quien con hierro candente quema un cáncer, has curado el que roía mis entrañas. No sólo te perdono, sino que te agradezco la cauterización dolorosa. Mi sed de poder y de gloria se aquietó y sació con satisfacciones soñadas.

La gran dama, que en Of, Tebas o Dióspolis Magna, se enamoró del hijo predilecto de Jacob, debió ser hermosísima; sólo así se concibe que asegure el Santo ser mayor prodigio el que Josef no ardiera, que el que los tres mancebos, que hizo poner Nabucodonosor en el horno candente, no se redujesen a cenizas.

El rey, sin embargo, padeció tanto o más que el patriarca de Oriente. Su fe y su esperanza le sostuvieron. Bien puede asegurarse que el rey creyó que tanto tormento fue prueba y no castigo: no anticipado infierno o purgatorio, sino crisol candente del oro de sus virtudes.

Cuando me encontré a pie y a regular distancia del combate, que seguía con ventaja para los españoles, empecé a sentir vivamente y de un modo irresistible el aguijón candente de la sed que horadaba mi lengua, y la corriente de fuego que envolvía mi cuerpo. Esto me daba tal desesperación, que de prolongarse mucho hubiérame impelido a beber la sangre de mis propias venas.

Mientras Ester permanecía dentro de aquel círculo mágico de ignominia donde la crueldad de su sentencia parecía haberla fijado para siempre, el admirable orador contemplaba desde su púlpito un auditorio subyugado por el poder de su palabra hasta las fibras más íntimas de su múltiple sér. ¡El santo ministro en la iglesia! ¡La mujer de la letra escarlata en la plaza del mercado! ¿Qué imaginación podría hallarse tan falta de reverencia que hubiera sospechado que ambos estaban marcados con el mismo candente estigma?

Y sin embargo, todas aquellas cosas deliciosas se habían huido para siempre; la novela de su vida, la que había embellecido su existencia sombría en los últimos años, había llegado al último capítulo. ¡Era una vieja! Asunto concluido. A este pensamiento, que se le introducía en el cerebro como un hierro candente, sentíase acometida por una necesidad animal de gritar, de rugir, de destrozar.

El puso su pesada mano en mi cara, y la imprimió con tal fuerza, que desde entonces la siento siempre aquí ... aquí ... quemándome como un hierro candente. Reñimos: él es mucho más fuerte que yo, y me venció. Después nos desafiamos, y me hirió; he vuelto á tener otro altercado con él, y me volvió á ... En fin, le odio de muerte. Uno de los dos tiene que destruir al otro: no hay remedio.

Bueno está eso replicó Pepita ; cumplir su promesa... acudir a su vocación... ¡y matarme a antes! ¿Por qué me ha querido, por qué me ha engreído, por qué me ha engañado? Su beso fue marca, fue hierro candente con que me señaló y selló como a su esclava.

Palabra del Dia

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