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Actualizado: 11 de junio de 2025
Pero Gabriel no era un temperamento amoroso; la curiosidad, el ansia de saber, le dominaban, y después de estas escapadas, de las que volvía más fresco, con el cerebro más despierto, como si saliera de un baño que calmaba su juventud, entregábase con mayores ánimos al estudio.
Aquella majestad silenciosa de la naturaleza muerta calmaba su excitación, pero le hacía pensar con temblores de frío en la profunda soledad que le aguardaba. Se había roto el lazo de amor que le ataba a la tierra, y por el cual se creía emparentado con todos los humanos. Ya no tenía en el mundo ningún ser que pudiera llamar suyo.
Yo estaba sentada junto a la mesa, con los ojos fijos en ella, pues en mí se agitaba el temor de ver a cada instante surgir una nueva aparición, aún más horrible. De rato en rato, cuando se calmaba un poco; sentía un aflojamiento en mis miembros; cerraba entonces los ojos y me dejaba ir hacia atrás, y cada vez me imaginaba que caía en los brazos de Roberto.
Guzmán iba allí a lo que hemos visto, y nada más; y eso porque sentía en su alma cierto extraño apetito que no se calmaba sino con aquel sencillo manjar, que él pagaba, no siéndole permitidos mayores lujos, con los más caros y caprichosos juguetes que hallaba en Madrid o en cualquiera parte del mundo por donde anduviera.
El calorcillo calmaba la irritación de sus chillidos, cambiándolos en sollozos, y la reacción, junto con la limpieza, le animó la cara, tiñéndosela de ese rosicler puro y celestial que tiene la infancia al salir del agua.
817 Me saqué el escapulario, se lo colgué al pecador, y como hay en el Señor misericordia infinita, rogué por la alma bendita del que antes jué mi tutor. 818 No se calmaba mi duelo de verme tan solitario; ahí le champurrié un rosario como si juera mi padre, besando el escapulario que me había puesto mi madre. 819 "Madre mía", gritaba yo, "¿dónde estarás padeciendo?
Conocía muy bien a Castro Pérez; se complacía en hacerle rabiar, y cuando éste iba poniéndose mohino le calmaba con un chiste o con una frase halagadora. Los primeros días me le encontraba yo en la esquina, y pasaba sin saludarme; después solía decirme, entre afable y sereno: «¡Adiós, joven!» Más tarde, cuando conversé con él en el despacho, se mostró conmigo cariñoso y sincero.
Y como Mauricio no se calmaba, el buen Fortunato le llevó á su casa, le instaló en una habitación próxima á la suya, y por la noche, al oirle suspirar, se levantó para ver si estaba enfermo. El niño, dormido, lloraba en la cama, soñando sin duda con su padre. Gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas y mojaban la almohada.
A medida que se calmaba la agitación producida por la terrible sorpresa que se había apoderado de su alma al oír la revelación de Stein, se iba asomando a sus labios la sonrisa del desprecio.
Fueron tan duras y crueles las últimas frases, que D. Valentín estuvo á punto de alzar bandera de rebelión, armar en la calle la de Dios es Cristo y contestar á su mujer lo que merecía; pero el olor de mil flores regalaba el olfato; la gente pasaba con alegre aspecto; el día estaba hermosísimo; la paz reinaba en el cielo; un fresco vientecillo primaveral oreaba y calmaba las sienes más ardorosas; la familia de Solís iba al incruento sacrificio de la misa; Clara marchaba delante tan linda y tan serena: ¿cómo turbar todo aquello con una disputa horrible?
Palabra del Dia
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