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Actualizado: 12 de junio de 2025


Lo menos creerá que la chica está en amores con Pedro Botero el de las calderas. ¿Supones que ha hablado a Leo en contra tuya? No lo sospecho: estoy seguro, como si lo hubiese oído. ¿Y te fundas?... Un libro te ha puesto de mal humor: otro me ha hecho a comprender lo que sucede.

El vapor principió a zumbar en las calderas del gran automóvil, que hacía funcionar a un tiempo los aparatos de los talleres y el aparato de lavado. El agua, que tan principal papel desempeñaba en esta operación, comenzó a correr por las altas cañerías, de donde debía saltar sobre los cilindros.

Sólo está animado el muelle del Ródano. El barco de vapor que hace la travesía de Camargue calienta las calderas junto a los escalones, dispuesto a partir. Caseros con blusa roja, muchachas de La Roquette que van a ganar el jornal en las faenas agrícolas, suben a cubierta con nosotros, charlando y riéndose.

Tísicos colchones, jergones rellenos de escandalosa hoja de maíz, sillas de esparto, sartenes, calderas, platos, cestas, verdes banquillos de cama, todo se amontonaba sobre el carro, sucio, gastado, miserable, oliendo á hambre, á fuga desesperada, como si la desgracia marchase tras de la familia pisándole los talones.

El viejo marinero, que había vuelto a bordo del junco, se apresuró a obedecer. La embarcación, que estaba guindada de los pescantes de popa, fué botada al mar y la ocuparon diez chinos armados de fusiles. Ahora las calderas y el combustible ordenó Van-Horn, que también se había embarcado en ella.

Además, allí la cosa será más rápida». Miré en torno; había un miedo tan francamente repugnante en algunas caras, que resolví ceder a la curiosidad, y después de haberme cerciorado de que, si bien no avanzábamos, no retrocedíamos ya, descendí a la región infernal. Las hornallas estaban rojas y las calderas gemían como Encélado bajo la tierra.

En la línea de Orleans, habríamos llegado a las cinco de la mañana; en la del Oeste, después de un fastidiosísimo viaje, llegamos a las diez. Perdimos más de dos horas en obtener nuestros equipajes, y por fin, todo en regla, nos trasladamos al vapor Villa de Brest, que esperaba, amarrado al Dock y con las calderas calientes, el momento de la partida.

No, señor dijo Van-Horn, acercándose . Esos cobardes se han embarcado y se resistirán a volver a tierra. ¡Canallas! exclamó el Capitán con ira . ¡Ahora todo se ha perdido! Y ¿qué pueden hacer los australianos con nuestras calderas? Estoy seguro, Capitán, de que las han abandonado en la llanura, para no cargar con un peso inútil, que les estorbaría en su fuga. Tal vez tengas razón, mi viejo Horn.

Unos cuantos metros más lejos, un yate blanco, armado en goleta, de poca altura sobre el agua y cortado para carreras, levantaba su chimenea amarilla por la que se escapaba un ligero penacho de humo: En el palo de popa flotaba la bandera inglesa y el movimiento de la tripulación en el puente indicaba que el navío tenía sus calderas encendidas y estaba pronto á marchar.

Me voy a la máquina; las calderas empiezan a rugir y las válvulas de seguridad dejan ya escapar, silbando, un hilo de vapor poco tranquilizador. ¿Estamos aún en el terreno legal? pregunto al joven maquinista, que no quita sus ojos del medidor. Tenemos aún cincuenta libras para hacer calaveradas, señor; pero no quisiera emplearlas.

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