Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 5 de junio de 2025
El sendero tan pronto se acercaba a la torrentera, llena de malezas y de troncos podridos de árboles, como se separaba de ella. Los soldados caían en este terreno resbaladizo. A cierta altura, el torrente era ya un precipicio, por cuyo fondo, lleno de matorrales, se precipitaba el agua brillante. Mientras marchaban Martín y Briones a caballo, fueron hablando amistosamente.
Bajo los cabellos que le caían sobre la frente, en desorden, parecía perdida en sus pensamientos y muy intimidada.
Dos órdenes de pequeños rizos; guedejas sutiles, retorcidas con negligencia, le adornaban la frente, y de las sienes blancas, cuya piel transparentaba ligeramente la raya azulada de alguna vena, le caían dos airosos mechones.
La lluvia aumentaba; las gotas caían con extraordinaria rapidez, dejando en las piedras un disco obscuro, semejante á una pieza de dos cuartos que, repetidos infinitamente, concluyeron por teñir de negro reluciente todas las piedras.
Como todos le halagaban y le complacían, y no había capricho que no consiguiera ni falta que no le fuese perdonada, imperaba en aquella casa como soberano absoluto, como señor de vidas y haciendas, siempre dispuesto a hacer el mal, complaciéndose en atormentar a los animales que caían en sus manos, gozándose en insultar y calumniar a los criados, en burlarse de todos, y en repetir las palabras más soeces aprendidas en la calle o de labios de los cocheros.
Poco a poco aquellos ojos iban adquiriendo expresión más sombría, los párpados se le caían, se ponían encendidos y se movían a un lado y a otro con más dificultad. D. Santos, a quien sorprendía aquella manera de beber, se atrevió a decir: Fernandita, bebe usted como un sumidero. ¡Porra! Tengo miedo que le dé a usted un torozón.
Lo que la inquietaba, lo que hacía de su existencia un atroz suplicio, era la idea de que enfermaran sus niños. No era idea, no era temor: era seguridad de que Paquito y Antoñito caían malos... se morían sin remedio. Trató Benina de quitarle de la cabeza tales ideas; pero la otra no se dio a partido, y despidiéndose presurosa, tomó la vuelta de Madrid.
Cuáles caían, cuáles se apresuraban por coger a hurto las puertas, buscando seguridad en la fuga, y cuáles, éstas eran las más principales, formando corro alrededor de María, manifestaban querer dividir una suerte común, rogando a unos y suplicando a otros que difieriesen para otro caso tanto encono y tanta pelea.
Entonces, Ramiro, cubriéndose con su rodela, y ebrio de sanguinario furor, comenzó a repartir estocadas en el tumulto, sintiendo, a cada golpe, el crujido de las ropas y la blandura de los cuerpos que recibían la punta como pellejos de vino. Nadie gritaba. Era una escena muda. Los que caían se quejaban apenas con el aliento.
¡Ay! no se parecía mucho a la seductora Miguelina de otros tiempos... Había engordado, había perdido su rostro toda expresión, sus tocas le caían sobre la frente y escondían sus cabellos ya bien canosos. Su vestido de oscuro color, de rectos pliegues, sus ojos medio cerrados, su cara de cera, la expresión reservada y dulzona de su fisonomía, le daban todo el aspecto de una beatucha.
Palabra del Dia
Otros Mirando