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Actualizado: 23 de junio de 2025


No tenía despacho la casa; pero Bringas se había arreglado uno muy bonito en el hueco de la ventana del gabinete principal, separándolo de la pieza con un cortinón de fieltro. Allí cabían muy bien su mesa de trabajo, dos o tres sillas, y en la pared los estantillos de las herramientas con otros mil cachivaches de sus variadas industrias.

45 Mas él salido, comenzó a publicarlo mucho, y a divulgar el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar manifiestamente en la ciudad, sino que estaba fuera en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes. 2 Y luego se juntaron a él muchos, que ya no cabían ni aun a la puerta; y les predicaba la Palabra.

Si inquieto y preocupado andaba el tío Manolo, no lo estaba menos la intendenta; a más del temor natural de que se desluciesen por culpa de los otros sus reconocidas y acatadas facultades de cantante, el negocio de las invitaciones le daba mucha guerra; para no agraviar a ninguna se habían convidado más personas de las que cabían en el salón; cuando empezó a llegar la gente hubo algunos disgustos; varias señoras se vieron obligadas a quedarse de pie por falta de asiento y algunas se marcharon muy desabridas antes de comenzar la fiesta. ¡Buenos irían poniendo a los Trujillo!

No cabía en la iglesia una persona más. Hablando con verdad, tampoco cabían las que estaban dentro si ocupase cada cual el espacio que por derecho natural, el que la naturaleza enseñó a todos los animales, le correspondía. Pero en aquel momento no sólo se infringía este derecho, pero se violaba descaradamente también la ley de impenetrabilidad de los cuerpos.

Había en el palacio de los duques una ancha y lujosa galería, a la cual se abría la puerta de un salón tapizado de rojo, que era el menos frecuentado de la casa, y donde el duque guardaba en enormes armarios los libros que no cabían en las bibliotecas de su despacho o consideraba indignos de vistosa encuadernación y lugar visible, lo cual originaba que en cambio se viesen en descarado sitio novelas de mala muerte con cantos dorados y corona ducal en el lomo.

Crecen entre los surcos ciertas plantas que dan unas flores como margaritas, y yo corté muchas, muchas, tantas que ya no me cabían en el delantal; luego me senté en una roca, y, acordándome de un poema que me leíste, me entretuve en preguntar a las flores si me querías.

El secretario era un joven de veinticuatro a veintiséis años, pálido, rubio, en cuyo cerebro abultado de feto no cabían más ideas que la de la importancia colosal del Duque, y la necesidad imperiosa de llegar a ser un personaje, si no de tanta cuenta, lo bastante para tener también secretario. Fuera de esto, el mundo no tenía explicación para Cosío, que así se llamaba.

No obstante, algo había que no se atrevía a manifestar, por no tener la seguridad de ser bien comprendida. Ni Segunda ni José Izquierdo lo comprenderían tampoco. Y como le era forzoso echar fuera aquellas ideas, porque no le cabían en la mente y se le rebosaban, tenía que decírselas a misma para no ahogarse. «Ahora que no temo las comparaciones. Entre ella y yo, ¡qué diferencia!

En ese palacio habia un teatro, el más brillante de toda la Francia, en el cual cabian holgadamente tres mil personas; habia una capilla, cuyos ornamentos eran de oro macizo; una biblioteca magnífica; ricas colecciones de pinturas, é infinitos retratos de hombres ilustres, de tal manera que aquellos salones parecian más bien un campo santo histórico.

En los miradores apenas cabían los ramilletes de señoras; clamaban a voz en grito las campanas y gritaba el pueblo, y se estrujaban hombres y mujeres contra las paredes, y los chiquillos trepaban por las rejas, y los soldados formados en dos filas pugnaban por dejar el paso franco a la comitiva. Todo el mundo quería ver, y no era posible que vieran todos.

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