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Nada habían escrito, pero revelaban al mundo su firme propósito de crear obras inmortales, uniformándose exteriormente con arreglo a un figurín profesional: largas cabelleras, grandes sombreros, corbatas amplias y sueltas, o apretadas con innumerables roscas sobre un cuello de camisa que les rozaba las orejas. El sarampión literario tomaba formas rabiosas que asustaban a Maltrana.

Volaron por el aire copas enteras de árboles, varios troncos partidos en dos, terrenos negros con cabelleras de hierbas, un chorro de polvo que obscureció el cielo. Algunas piedras rodaron del muro. Los alemanes se encogieron, pero sin emoción visible. Conocían esto; esperaban su llegada, como algo inevitable, después de haber visto el aeroplano.

Ambas aceras estaban ocupadas por los jóvenes elegantes, que a la vez que con el airecito del río hallaban refrigerio al calor canicular, deleitaban los ojos clavándolos en las limeñas que salían a aspirar la fresca brisa, embalsamando la atmósfera con el suave perfume de los jazmines que poblaban sus cabelleras.

Las hoces relampagueantes iban tonsurando los campos, echando abajo las rubias cabelleras de trigo, las gruesas espigas, que, apopléticas de vida, buscaban el suelo, doblando tras ellas las delgadas cañas.

Encontró a esta señora leyendo en el terrado que se prolongaba entre la puerta de su salón, mientras que sus dos hijos de blondas cabelleras jugaban a sus pies. ¡Dios mío! ¿qué sucede? decía la vizcondesa a Pierrepont que la saludaba ; ¿qué hay?... ¡Qué pálido está usted!... ¿Está usted malo?

Entre ellos eran tenidos como peores los de un grupo procedente de Blefuscú, fácilmente reconocibles por sus luengas cabelleras y sus bigotes, que pendían con no menos abundancia por ambos lados de sus bocas. Oyendo á estos hombres era como los amigos de Ra-Ra habían sospechado que se tramaba algo contra el coloso.

Todas tenian cabelleras abundantes de un rubio color de oro, atadas por fuera de las cofias formando enormes roscas, ó pendientes sobre las espaldas en espesas trenzas con grandes lazos de cintas negras. Si el mayor número de las paisanas no llevaban en la cabeza sino sus grandes cofias negras con anchos encajes de punto, muchas tenian coronas de enormes rosas artificiales.

En el tiempo de este célebre español, todos los aparatos de un autor de comedias se encerraban en un costal, y se cifraban en cuatro pellicos blancos, guarnecidos de guadamecí dorado, y en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más ó menos. Las comedias eran unos coloquios, como églogas, entre dos ó tres pastores y alguna pastora.

Eran ángeles grandes, ángeles blancos que marchaban sobre un camino azul por un paisaje de oro. Uno llevaba en sus manos una arquilla, otro una copa, otro un lienzo. Los reflejos del sol en sus cimas tenían el brillo de luengas cabelleras rubias; los sueltos jirones de vapor eran ondulaciones de albas túnicas removidas por el solemne paso.