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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Y al conocer la existencia de cañones que tiraban a más de cien kilómetros, quedó desconcertado. «¡Qué tiempos! ¡qué guerra estaCuando le consultaban las señoras en el Casino ó en el Hotel de París, mostraba un optimismo inquebrantable ante las malas noticias. Eso no es nada: va á venir la reacción. Los nuestros se retiran para tomar mejor la ofensiva.

Hostigesio exigia con rigor las tercias eclesiásticas, y las invertia, no en restaurar los templos, ni en socorrer á los pobres, segun estaba prescrito por los cánones conciliares, sino en regalarse y hacer agasajos á los ministros del palacio; reprendia severamente á los que predicaban la verdad contra los errores de ciertos hereges á quienes protegia; hacia que el rey moro convocase conciliábulos, en que los obispos, compelidos del terror, anatematizasen á los que se proponia perder.

A se me estremecen las carnes cuando los oigo, y si todos pensaran como yo, no habría más guerras en el mar... y todos los cañones se convertirían en campanas. Mira, Alonso añadió deteniéndose ante su marido , me parece que ya os han derrotado bastantes veces. ¿Queréis otra? y esos otros tan locos como , ¿no estáis satisfechos después de la del 14?

Protegían sus piernas recias polainas de cuero, abrochadas con hebillaje hasta el muslo; sobre la ingle derecha flotaba la red de bramante de un repleto morral, y en el hombro izquierdo descansaba una escopeta moderna, de dos cañones.

Su pensamiento iba lejos, mucho más lejos de los extremos de los cañones, que parecían apuntar a la montaña... «¡Aquel herrero! ¡Aquel valentón insufrible!...» Desde el primer día que lo vio algo se había removido en su interior, poniéndose de pie con el irresistible impulso de la antipatía. A aquel fantasmón lúgubre nadie en la isla le iba a pegar más que él.

Un señor que estaba detrás de y parecía muy entendido en esto del cinema, daba en voz baja sus opiniones á los vecinos.... De pronto, la alsaciana se iba al frente, huyendo de su perseguidor, y empezaban á verse las trincheras con muchos soldados, las cocinas, los cañones.

Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla, y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco efecto: porque algunos indios á la primera descarga se escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian peleando, otros retrocedian.

Los incendios cada vez más numerosos y los cadáveres tendidos en las calles ya no impresionaron al viejo. ¡Había visto tanto! ¿Qué podía alterar ya su sensibilidad?... Deseaba salir del pueblo cuanto antes, en busca de la paz de los campos. Pero los campos habían desaparecido bajo la invasión: por todas partes soldados, caballos, cañones.

Cuando salía de su iglesia, después de haber dicho su misa, y veía flotar por el camino una nube de polvo, cuando sentía temblar la tierra bajo el peso de los cañones... se detenía, y como un niño, se complacía en ver pasar el regimiento... ¡Pero el regimiento para él era Juan! Era ese robusto y sólido caballero en cuya fisonomía se leía claramente la rectitud, el valor y la bondad.

En los combates de San Juan quedaron las calles sembradas de esos doctores cordobeses, a quienes barrían los cañones que intentaban arrebatar al enemigo.

Palabra del Dia

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