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ELECTRA. No hay ángeles, no, no... Oigo mi nombre, oigo el bullicio de los niños, que remueve toda mi alma. Son los hijos del hombre, que alegran la vida. Hermana Dorotea, diga usted a la Hermana Guardiana que vigile la puerta de la calle Nueva y la de la Ronda. DOROTEA. Voy, señor.

Mi padre no me deja parar y las visitas me asedian. En las grandes ciudades es fácil no recibir, aislarse, crearse una soledad, una Tebaida en medio del bullicio: en un lugar de Andalucía, y sobre todo teniendo la honra de ser hijo del cacique, es menester vivir en público.

Pero éste quería pasar los días de Carnaval en una finca suya de Medina del Campo, lejos del bullicio de la ciudad, como convenía a un hombre serio. Después de fiestas, le esperaba en su casa todas las mañanas. Y se alejó escoltado por sus solemnes acompañantes, después de estrechar la mano de Isidro con igual llaneza que si fuese un colega. Maltrana le siguió con una mirada de intensa simpatía.

Al cabo de un rato profirió secamente: Dame un medio. La tabernera dejó la media sobre el mostrador, se levantó en silencio y después de sacar un vaso y fregarlo reposadamente en la pileta, lo llenó de manzanilla. Manolo lo apuró casi de un tope. Soledad le clavó los ojos con curiosidad un instante y volvió á sentarse. Aumentaba el bullicio en los cuartos.

Por la mañana, despertáronla los gritos y desaforadas blasfemias de una mujer que moraba al otro lado del tabique de su cuarto, el graznido de un ave domesticada, el ruido de la calle, el bullicio de la próxima Sala primera, y el tan tan de la campana de Montserrat, iglesia del convento que hoy es prisión del bello sexo.

Pero los católicos de Flándes, al ménos respecto de las mujeres, han apelado al beaterio como una transacion ó término medio entre el bullicio del mundo y los votos monásticos perpetuos, entre la completa ociosidad piadosa del claustro y cierta actividad en el ejercicio de la caridad y la enseñanza.

No tuvieron inconveniente, o lo disimularon, en codearse con damas y caballeros; después de todo, ellos no habían ido a buscar el gentío, el bullicio mundanal; ellos seguían en su casa, en sus dominios, haciendo como que no notaban la presencia de los intrusos.

No se nota en estos pueblos aquel bullicio que ocasionan las gentes en las poblaciones; cada uno en su casa observa un profundo silencio, no se juntan a conversación ni diversión alguna, ni aunque estén juntos se les ofrece qué hablar, porque están faltos de especies; ni tienen juegos para pasar el tiempo desocupado, ni aun los muchachos juegan ni se divierten en las plazas y calles, como es propio de su edad; no se oyen cantares en su idioma, ni en castellano, y así no se les oye cantar en sus faenas ni ocupaciones, como lo acostumbran los trabajadores para aliviar el trabajo; ni tampoco cantan las indias, ni aun saben ellos ni ellas hablar alto.

Domingo de Ramos de 1805. Reina por estos contornos un extraordinario bullicio con motivo de la próxima llegada del Emperador.

Cosme, alzando el brazo, lo meneaba muy depriesa, haciendo señales de que no era verdad, pero seguían las voces de perdón y echaron en el bullicio del tablado abajo al adúltero medio muerto y lo llevaron también á San Francisco, quedando allí Cosme llorando