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Actualizado: 23 de junio de 2025
Las cuales dijeron que así lo hacían, y lo harían, con la voluntad y cuidado posible, porque echaban de ver que su señor por momentos iba dando muestras de estar en su entero juicio; de lo cual recibieron los dos gran contento, por parecerles que habían acertado en haberle traído encantado en el carro de los bueyes, como se contó en la primera parte desta tan grande como puntual historia, en su último capítulo.
Entretanto con gran trabajo, ó luchando contra el torrente de las aguas que caen de aquellos peñascos, movieron las lanchas con intencion dañada, ó las arrastraron por el suelo con bueyes.
Descargaban cosechas de provincias enteras, rebaños interminables de bueyes y caballos, toneladas y toneladas de acero preparado para esparcir la muerte, muchedumbres humanas á las que sólo faltaba una cola de mujeres y de niños para ser iguales á los grandes éxodos belicosos de la Historia.
Pongo yo poco empeño en la propagación de esas desgraciadas víctimas del apetito humano. En general, yo prefiero la agricultura, y sólo cuido con esmero a los animales que ayudan al hombre en los rudos y santos trabajos del campo. Así, los bueyes que hay en el pueblo son quizás los más robustos y los mejores del rumbo, porque son también los mejor cuidados.
Porque Celinina tornara á la vida, hubiera él recorrido la tierra entera para recoger todos los bueyes y todas, absolutamente todas las mulas que en ella hay. La idea de no haber satisfecho aquel inocente deseo era la espada más aguda y fría que traspasaba su corazón.
24 Entonces Josué, y todo Israel con él, tomó a Acán hijo de Zera, y el dinero, y el manto, y el lingote de oro, y sus hijos, y sus hijas, y sus bueyes y sus asnos, y sus ovejas, y su tienda, y todo cuanto tenía, y lo llevaron todo al valle de Acor;
En esto ve Cirilo un carro de bueyes que había venido a traer madera. «¡Eh, buen hombre! ¿Quiere usted llevarnos al Sotillo?» «Por allí tengo que pasar; amóntense ustedes.» ¡En un carro de bueyes! exclamó Elena. Tristán se excusó de no haberles visto aunque había venido en el mismo tren.
Sostenido por dos de ellas reconoció un plato enorme, de los empleados en su servicio allá en la Galería de la Industria. Sobre este plato se elevaban, formando pirámide, cuatro bueyes asados.
A veces, los profesores alternaban con ellos en estos juegos y llegaban a interesarse y a herirse en el amor propio; el capellán, principalmente, ya sabemos que se jactaba de sobresalir en toda clase de ejercicios corporales, y creía poseer las fuerzas de Sansón; así que le pinchaban un poco, se despojaba de los manteos y la sotana y se ponía a dar brincos como un zagal, cogía a los bueyes de las carretas por los cuernos, sacudía los árboles, enseñaba los brazos, levantaba los chicos a pulso y ejecutaba otras prodigiosas hazañas que recordaban las celebradas de Orlando furioso.
Parte del público tendía el cuerpo hacia adelante como si fuera a arrojarse al redondel, queriendo destrozar con sus manos a la mala bestia. ¡Qué escándalo! ¡Ver en la plaza de Madrid bueyes que sólo servían para dar carne! «¡Fuego!... ¡fueeego!» El presidente agitó al fin un pañuelo rojo, y una salva de aplausos saludó este gesto.
Palabra del Dia
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